Las apariencias épicas engañan. El día D con el que comenzó el principio del fin para la bestia nazi se recuerda hoy como una «victoria monumental» e «históricamente inevitable». Pero si nos metiéramos en un túnel del tiempo y apareciéramos en aquellos tiempos en los que Hitler aún tenía muchas cartas en la manga, veríamos que los aliados no las tenían todas consigo. Lo resumió bien el mariscal de campo Alan Brooke: «Puede ser perfectamente el más terrible de toda la guerra». En 1944 la guerra era una guadaña: «Se estaba cobrando las vidas de diez millones de personas al año. No podía haber más en juego y el margen de error no podía ser menor».

Cuando se decidió llevar a cabo la invasión de Europa con la «operación Overlord», británicos, soviéticos y norteamericanos coincidieron en algo esencial: urdir una gigantesca campaña integral y mundial «de engaño, un conjunto de mentiras para ocultar la verdad». Un objetivo claro: la oscuridad. O sea, «engañar a los alemanes para que creyeran que la invasión llegaría a un punto que no era, y que no llegaría al lugar que era». En ese cometido histórico tuvieron un papel fundamental los agentes dobles, y es un episodio suficientemente conocido. Sin embargo, el prestigioso Ben Macintyre, el hombre que lo sabe todo sobre el mundo del espionaje, saca a la luz una historia inédita tan asombrosa que parece ficción. La historia secreta del día D (La verdad sobre los superespías que engañaron a Hitler) cuenta las peripecias de los cinco integrantes principales de la Doble Cruz, una telaraña de agentes dobles que logró enredar a los alemanes para hacerles creer que la invasión se haría en Calais y no en Normandía. El autor lo afirma categóricamente: «Si sus historias se hubieran contado en aquel momento, nadie las hubiera creído». Y es que aquel equipo era cualquier cosa menos convencional, algo que permite a Macintyre sembrar de minas de humor su hipnótica obra: «Una mujer de mundo, bisexual y peruana, un pequeño piloto de caza polaco, una francesa voluble, un serbio seductor y un español profundamente excéntrico con un título de criador de pollos». Su éxito dependía de la delicada «y dudosa relación entre los espías y sus jefes, tanto alemanes como británicos». Los espías de la Doble Cruz «fueron diversos, valerosos, traicioneros, caprichosos, avariciosos y geniales. No eran héroes evidentes y su organización fue traicionada desde dentro por un espía soviético. Uno de ellos estaba tan obsesionado con su perro que estuvo a punto de hacer fracasar toda la invasión. Todos eran, en alguna medida, fanáticos. Dos de ellos eran de dudosa moral. Uno era agente triple, y probablemente cuádruple. Para otro el juego terminó con la tortura, la cárcel y la muerte».

Ésta es la historia de Bruto, Bronx, Tesoro, Triciclo y Garbo. Una historia fascinante que convierte cualquier novela de espías en bisutería. Macintyre tiene ese don tan anglosajón de contar la historia con una precisión impecable y un ritmo implacable, sin irse por las ramas y colocando las piezas particulares en el tablero general con maestría y rigor.