La reciente aparición en Alianza Editorial de otra reimpresión de La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, obra de Carl Schmitt de 1921, plantea el interrogante acerca de la persistente actualidad de este autor. Semejante pregunta resulta tanto más oportuna cuanto que el libro citado carece de estudio preliminar, cosa verdaderamente lamentable por dos motivos: por la enjundia del autor y de la obra, de una parte, y por la existencia en España de buenos conocedores del pensamiento schmittiano, de otra. Cito a título de ejemplo la monografía Contrarrevolución o resistencia. La teoría política de Carl Schmitt, de Carmelo Jiménez Segado (Tecnos), y la extensa presentación de Celestino Pardo a su traducción del texto de Schmitt El valor del Estado y el significado del individuo, de 1914 (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2011, ya agotada su 1.ª edición).

Carl Schmitt (1888-1985) sigue, pues, traduciéndose y reeditándose, en España y en todo el mundo, así como suscitando multitud de ensayos sobre su pensamiento. ¿Por qué? Schmitt inspira a la vez admiración y repulsión. Lo confiesa otro buen conocedor del constitucionalista y politólogo germano, Francisco Sosa Wagner, quien expresamente declara tal ambivalencia en su indispensable Maestros alemanes del Derecho Público (Editorial Marcial Pons). Hay, ciertamente, algo de Mr. Hyde en la figura de Schmitt. Cuenta éste en Ex captivitate salus (1950) que, durante su proceso de desnazificación, Eduard Spranger le espetó un día de junio de 1945: «Lo que usted piensa y dice puede ser interesante y claro; pero lo que usted es, su yo, su ser, es lóbrego y oscuro».

Hace poco la Editorial Tecnos publicó un libro titulado Carl Schmitt en la República de Weimar. La quiebra de una Constitución, del que es autora Ellen Kennedy, profesora de Ciencia Política en la Universidad de Pennsilvania, a quien ya conocíamos por su estudio de contextualización incluido en la versión española del libro de Schmitt Los fundamentos histórico-espirituales del parlamentarismo en su situación actual, obra cuya primera edición es de 1923 y que ha sido retraducida por Tecnos y publicada en su excelente colección de Clásicos del Pensamiento, sabiamente dirigida por Eloy García. El libro de E. Kennedy es una obra de primera categoría, aunque la versión al español contiene algunos errores técnicos y ciertos párrafos oscuros y a la edición le faltan una relación bibliográfica final y unos índices analítico y onomástico, apéndices que hubieran sido útiles para facilitar la lectura de un texto de gran ambición y complejidad.

Como en la presente reseña lo que me importa exclusivamente es informar al lector no especializado, diré que Schmitt se afilió al Partido Nacional Socialista el 1 de mayo de 1933 y que la prensa nazi le consideró como «el más renombrado constitucionalista nacional de Alemania». A principios de julio de ese año, Herman Goering le nombró Consejero de Estado de Prusia. Su carrera como «Kronjurist» (jurista de la Corona) del III Reich parecía francamente prometedora. Recibió una cátedra de Derecho Público y Constitucional en Berlín, se convirtió en editor de la más importante revista jurídica alemana y presidió la asociación de profesores universitarios dentro de la federación de juristas nazis. Por su parte, y entre los diversos escritos de justificación del nuevo régimen que redactó en esa época, destaca el titulado «El Führer protege el Derecho», que es su defensa de la purga de las SA de Röhm y de otros elementos derechistas el 30 de junio de 1934, asesinados a mansalva mediante una operación concertada del Ejército y las SS. Hitler, escribía Schmitt laudatoriamente en ese artículo, es la fuente originaria de toda justicia, él decide qué es lo justo y lo legal y deviene en cada caso el juez último. En tanto que soberano, determina qué es una emergencia y cómo debe afrontarse. No cabe duda de que, de haber proseguido en esta línea, Carl Schmitt hubiera acabado ejecutado por los Aliados al término de la Segunda Guerra Mundial, en lugar de sufrir meramente su expulsión de la Universidad. Pero tuvo una mala suerte bienhechora: las envidias que provocó su rápido encumbramiento (especialmente entre sus colegas universitarios más antiguos en la militancia nazi) condujeron a que la revista de las SS condenara su «catolicismo político», cosa que le movió a abandonar casi todos sus cargos y a mantenerse en un plano más discreto. Y sí, Schmitt fue un católico militante: al punto de que en Catolicismo romano y forma política, obra de 1923 también publicada por Tecnos, presenta a la Iglesia como la única institución capaz de escapar de la trampa del romanticismo (léase subjetivismo) que encapsula al individuo moderno y salvarnos de los poderes destructivos de la tecnología y de la economía. ¿Era esto compatible con el nacionalsocialismo? Himmler, muy lúcidamente, entendió que no.

¿Dónde radica entonces el secreto de la permanente actualidad de Carl Schmitt? No en su fascinación por el poder absoluto (a la que tantos intelectuales, de ayer y de hoy, de derechas y de izquierdas, han sucumbido), ni en el peligroso juego desarrollado durante la República de Weimar como «Epimeteo cristiano» dispuesto a abrir la caja de Pandora, ni en su concepción de la política como una suerte de pulsión freudiana basada en la distinción amigo/enemigo, ni en su visión teológica de la soberanía? Según Ellen Kennedy, «el atractivo de la teoría política de Schmitt en los años veinte, y desde aquellos días hasta hoy, proviene de su radical crítica a las instituciones y al constitucionalismo liberal». Bien, pero ese atractivo no puede radicar ahora en la evidencia de las limitaciones del Estado de mero Derecho, sino en la puesta de manifiesto de la tensión permanente entre los dos polos de nuestras Constituciones: el Estado de Derecho y el Estado democrático. Una tensión que Schmitt vio como destructiva (y de ahí su papel de exorcista de la democracia weimariana), pero que actualmente, incluso en una época de crisis económica tan grave o más que la de 1929, podemos juzgar como una tensión no esterilizante, sino constructiva y creadora. Schmitt, al igual que Max Weber, creía en la legitimidad carismática: eso es lo obsoleto de su pensamiento.