Una vez cerrado el nuevo proceso de cambio, con las brusquedades y falta de sentido común que son moneda de uso corriente en lo referido al engranaje político del teatro Real de Madrid, conviene centrar la mirada en el futuro, en el trabajo de su nuevo responsable, el director artístico catalán Joan Matabosch.

Con el proceso encarrilado, conviene dejar bien claro que al Real le ha tocado la bonoloto con Joan Matabosch como responsable artístico. Estamos ante uno de los más relevantes profesionales españoles en este ámbito, con prestigio internacional conseguido gracias a un trabajo serio y responsable a lo largo de los años. Ha sido capaz de «reconstruir» artísticamente el teatro del Liceo, dotándolo de nuevos objetivos y ambiciones, en un crecimiento que ahora se ve peligrar por la indecisión de los políticos catalanes, que, no hay duda, lo han apartado de sus prioridades presupuestarias.

En este tiempo, Matabosch ha demostrado saber programar con calidad desde la opulencia y desde la estrechez. Ha sabido adecuar la oferta del teatro barcelonés a la realidad de cada momento y ha conseguido un teatro abierto con respaldo social. Y no lo ha hecho a base de contentar a un sector determinado, dejándose llevar por el camino fácil de programar espectáculos estandarizados, en ese concepto de la ópera como entretenimiento social de una élite que tanto daño ha hecho al género. Todo lo contrario. Ha apostado por ampliar el repertorio del teatro, hacia el Barroco y hacia la contemporaneidad, y en lo que se refiere a los títulos tradicionales no le ha temblado el pulso en la asunción de riesgos con puestas en escena agresivas que han movido a los espectadores y generado debates más que intensos. Eso sí, sin renunciar a las grandes voces, que han estado muy presentes en la programación del teatro. Ese concepto suyo de la ópera como lo que es, un fenómeno cultural complejo que requiere múltiples enfoques y análisis, ha desterrado esa determinada casposidad social estrecha de miras de un sector de la afición que cree que sus propios gustos son los de todos. Y de este modo, en el Liceo han convivido todas las tendencias, concitando, así, a un público de enorme diversidad y un respeto absoluto en el sector a nivel europeo.

Que nadie espere un volantazo en el Real con Matabosch al frente, sobre todo porque no trabaja en una línea tan diferente de la que Mortier ha venido desarrollando. No habrá, eso sí, las habituales polémicas que el belga genera en torno a sí mismo para amplificar la provocación. El catalán busca la discreción y que su trabajó esté exclusivamente avalado por lo que desde la escena se ofrece. Merece la pena tener expectación y esperanza en esta nueva etapa que se abre. Estoy seguro de que desde el Real se fomentará más el intercambio con el resto de teatros del país y, sin dejar los grandes nombres internacionales, se tendrá un cuidado especial de la cantera y una apuesta más decidida por nuestros intérpretes. La plataforma de trabajo que Matabosch se encuentra es formidable. El equipo técnico del Real es muy bueno, con profesionales de élite integrados en su plantilla. Sólo hay que pedir a los políticos que dejen trabajar sin meterse por el medio a destrozar lo realizado sin el menor criterio y que, de una vez por todas, el Real tenga la oportunidad de asentarse como uno de los grandes teatros europeos en los que los asuntos vodevilescos no suelen ir más allá de las tramas de las operetas.