Fue inevitable la relación. Fue inevitable confirmar la sospecha de que los javaneses que protagonizan la novela de Malaquais no se han ido. De hecho así se advierte al final del libro. Si como el veterano crítico René Antonin afirma, la conclusión de una gran obra busca siempre pervivir en la realidad, la excelente historia coral editada con primor por Hoja de Lata reverbera de manera lúcida y dramática en los cientos de inmigrantes fallecidos recientemente en las costas de Lampedusa. Esos etíopes, eritreos, sirios, afganos? son los alemanes huidos del Führer, españoles e italianos antifascistas, armenios o argelinos que escoge Malaquais. Javaneses todos, víctimas de la despectiva ironía burguesa, pues llamar Java a una mina en la Provenza francesa donde malviven y maltrabajan un montón de desterrados es como tildar de hotel Hilton a cualquiera de los campos de refugiados esparcidos por Jordania o por el Sahara Occidental. Contemporáneos apátridas como el padre de la niña expulsada por el Gobierno de Hollande, cuya única documentación legal pertenece a un Estado inexistente: la antigua Yugoslavia. Contemporáneos apátridas como el mismo Jean Malaquais (Varsovia 1908-Ginebra 1998), nacido Vladimir Jan Pavel Malacki, un hombre hecho a sí mismo, un nómada autodidacta que desengañado de los padres revolucionarios y de sus herederos acaba con sus huesos en Estados Unidos. Y si en Francia tuvo como mentor a una figura de la talla de André Gide, por tierras americanas tampoco encontrará mal arreglo, con un autor de las dimensiones de Norman Mailer. A lo largo de su vida mantuvo con ambos jugosas correspondencias en las que, como cabe esperar, se vislumbra el ideario político y estético de un culo de mal asiento que tuvo más de un reparo en comulgar con ruedas de molino y que nunca consideró encíclicas las contundentes declaraciones de sacerdotes intelectuales como Sartre o Louis Aragon.

Publicada en 1939, Los javaneses es una novela polifónica escrita con una jovialidad y un lirismo impropios del ámbito que refleja: un lugar habitado y transitado por parias cuyo objetivo principal es sobrevivir. Pero como muy bien señala Emma Álvarez Prendes, editora y traductora de la novela, en su imprescindible prólogo: "A diferencia, por ejemplo, de Louis-Ferdinand Céline, cuyo Viaje al fin de la noche destila un profundo misantropismo, o incluso de André Malraux y el escepticismo de La condición humana, la obra de Malaquais se caracteriza por la vitalidad y capacidad de resistencia de sus personajes".

Aunque sin llegar a ser débil, la trama de Los javaneses está concebida a mayor gloria de la tribu de personajes que por ella desfilan. Son sus protagonistas, caracterizados a partir de insólitas peripecias y peculiaridades, los que dan color a las páginas escritas por Malaquais. Con un estilo armado de humor y aparentemente atropellado, nuestro apátrida renuncia a cualquier remanso narrativo y lo que podía resultar la banalización de una tragedia consigue el efecto contrario. Nos encontramos ante otro brillante ejemplo del uso subversivo del humor en literatura. A ratos la risa puede ayudarnos a tomar distancia pero cuando menos te lo esperas el verbo de Malaquais te da de bruces contra la crudeza de una historia que siempre se impone por encima de su comicidad. A ratos frenético, a ratos chisposo, el ritmo de escritura en Los javaneses muestra la elasticidad propia de las vanguardias que forjaron el marco estético de principios del siglo XX; también esa feliz "irresponsabilidad", ese escribir siempre en presente que tanto reivindicó después Julio Cortázar.

Valga como muestra este breve fragmento de un lustroso monólogo que aparece en la página 33: "Te parece, te parece. El caso es que entre aquí y donde sea hay polis y porras. Y suponiendo que llegues a tus islas de Jauja, no habrás por ello cambiado de piel. Una vez allí, la piel permanecerá inmutable: puedes correr tanto como quieras, la llevarás pisándote los talones. Puedes cargar con ella, por el aire, las antípodas, siempre y nunca. No hay nada que hacer, llevamos nuestro equipaje: los cancerosos su cáncer, los gotones su gota, los jorobados su joroba".

Si el tiempo es un gran escultor como dejó escrito la maestra Yourcenar, no fue así para Jean Malaquais, cuya obra y figura permanecen en el olvido incluso para su Francia de adopción. Por eso es aún más encomiable la tarea de la editorial Hoja de Lata. A este humilde reseñista sólo le queda pedir al soberano lector que no pierda de vista este proyecto editorial y que lea Los javaneses, la obra de un autor que, en palabras de André Gide, posee "un lirismo extraordinario, de una calidad realmente insólita y especial que me emociona: una grandiosidad épica, a la vez bufa y trágica".