Hay poetas que son solo de una literatura, de una lengua y poetas que lo son de todas. Un ejemplo, por limitarnos al siglo XX, lo constituye Kavafis; otro Pessoa. Sin ellos, no se la poesía española de los años setenta y ochenta, la poesía actual, no sería lo que es.

En Grecia, en Portugal. tardó en entenderse el carácter especial de ambos autores y quizá nunca se ha entendido por completo; tampoco la comprenden los especialistas en ambas literaturas, empeñados con frecuencia en ofrecernos otros nombres, en su opinión de no menor calidad e incluso superiores, pero que raramente funcionan fuera del ámbito académico, donde no suelen abundar, contra lo que pudiera parecer, los lectores con sensibilidad literaria.

Kavafis y Pessoa, contra lo que pudiera parecer, tienen mucho en común, aunque uno se centrara en unos pocos poemas que fue reelaborando a lo largo de su vida y el otro se dispersara en muchos nombres y en una obra de apariencia inabarcable.

La educación de los dos era fundamentalmente inglesa, conocían esa lengua tan bien como la propia, desempeñaron oscuros trabajos, resultaron desconocidos en vida, salvo por unos pocos avisados. "Los poetas no tienen biografía; su propia obra es su biografía", escribió Octavio Paz a propósito de Pessoa, mientras que " llegó a afirmar que "fuera de su poesía, apenas tiene Kavafis interés".

También Kavafis, como Pessoa, a pesar de que dejó su obra lista para ser publicada, ha sido víctima de la pasión de los eruditos por confundir la obra literaria, por no distinguir entre borrador y poema, por el afán de considerar el texto literario solo como un pretexto para sus notas y variantes. Así, Pedro Bádenas de la Peña, en una de las varias introducciones a la Poesía completa de Kavafis, llega a afirmar que su conocimiento e influencia dependieron demasiado tiempo "de los famosos 154 poemas" y que hoy "es ya un hecho la aceptación de que la producción 'no canónica' de Cavafis tiene tanta o más importancia que la selección que en vida hiciera el autor".

Afortunadamente, Xosé Gago opina de otra manera. Su edición de Kavafis lo proclama desde el título: Los 154 poemes, exactamente los mismos que aparecieron en la princeps de 1935, póstuma pero realizada de acuerdo con las indicaciones del autor, muy preocupado por dejar su obra en estado de revista para la posteridad.

No abundan ni en español ni en las otras lenguas peninsulares las ediciones de la poesía de Kavafis en edición bilingüe y de acuerdo con la voluntad autorial. Las ediciones en castellano no suelen ser bilingües (Pedro Bádenas de la Peña llega a afirmar que "se ha abandonado prácticamente esa modalidad editorial") y raramente, como en el caso de Ramón Irigoyen, se ajustan a los poemas canónicos.

El prólogo de Xosé Gago no se limita a resumir lo consabido, está escrito con información de primera mano, resume bien la vida de Kavafis, ofrece iluminadoras calas sobre su poesía y sobre la dificultad que tuvo para hacerse camino entre los poetas de su tiempo. Lo que él escribía no parecía poesía. Seferis llegó a afirmar que "se sitúa en el límite en que la poesía se despoja a sí misma para convertirse en prosa". Era un poeta que conocía bien la tradición de su lengua, pero que inauguraba otra tradición; se le vio como un poeta extranjero, un poeta inglés que escribía en griego.

Kavafis estuvo muy ligado a las polémicas lingüísticas de la Grecia moderna. Escribía en una lengua milenaria, pero de alguna manera tuvo que inventar su lenguaje: una mezcla del habla de la calle y de la lengua de los libros, que casi era una lengua muerta. Ciertas polémicas en relación con el asturiano literario no le habrían resultado extrañas.

Pero la poesía de Kavafis está más allá de las concretas palabras en que fue escrita, como la de todo verdadero poeta. La poesía se hace con palabras, pero si es verdadera poesía puede pasar de las palabras de una lengua a la de otra sin perder nada esencial.

Nada esencial ha perdido Kavafis en esta precisa versión al asturiano a pesar de que, como afirmó Auden, "el elemento más original de su estilo, la mezcla en el vocabulario y en la sintaxis del griego demótico y el de los puristas, es intraducible".

Xosé Gago es poeta (aunque haya publicado poco) y a la vez un especialista en la lengua y la literatura griegas. Como buen especialista, desprecia a los aficionados, a los que se atreven a publicar versiones de Kavafis sin conocer adecuadamente la lengua del original. Especialmente injusto se muestra con Marguerite Yourcenar, a quien se debe la consagración definitiva del poeta en Francia, a pesar de que "les traducciones de la Yourcenar (que nun sabía griegu), en prosa -en prosa burocrática, podríemos decir- son un crime de lesa poesía. Pero como yera mui famosa, después de la publicación de les Memories d'Hadriano, eso benefició la conocencia de la obra de Kavafis en Francia, con aquella traducción y too".

Cierto que Marguerite Yourcenar no conocía adecuadamente el griego moderno, pero su traducción estaba hecha en colaboración con Constantino Dimaras, que había conocido personalmente al poeta. En la biografía de Josyane Savigneau sobre la escritora cuenta cómo se llevó a cabo el trabajo: "Yo le hacía la traducción palabra por palabra y ella la 'arreglaba'. A veces, el tono se alteraba entre nosotros ya que cada cual defendía su posición. Marguerite quería escribir con un estilo perfecto en francés. Yo no tenía nada contra eso, naturalmente, pero quería que la traducción fuera exacta. La traducción que ella y yo hicimos de Kavafis no se aleja mucho de esos principios, salvo en algunos pasajes en que ella insistió mucho y yo cedí".

Nada de "prosa burocrática" por lo tanto. Y olvida Gago que el título del libro es Présentation critique de Constantin Cavafy 1866-1933, suivie d'une traduction intégrale de ses Poèmes, olvida que se trata no solo de una traducción sino también de un espléndido ensayo sobre su vida y su obra.

Ni siquiera menciona Xosé Gago a los primeros traductores de Kavafis al español, a los que se debe buena parte de su prestigio entre nosotros, a José Ángel Valente, el pionero, y a José María Álvarez, el más difundido. Valente, en colaboración con Elena Vidal, publicó el primer poema de Kavafis en 1962, el mismo año en que aparecieron las traducciones catalanas de Carles Riba, y sus Treinta poemas, de 1971, influyeron decisivamente en la poesía novísima.

Reparos menores a un libro que es en sí mismo un monumento "aere perennius", más duradero que el bronce, como quería Horacio, y que difícilmente encuentra par en las ediciones de Kavafis en lengua española. Por eso sería de desear que, como hizo Joan Ferraté con sus versiones al catalán, el propio Xosé Gago preparara una edición de los 154 poemas canónicos en castellano. Muchos lectores, incluso en Asturias, se lo agradecerían.