No ha sido 2013 un buen año para la música y las artes escénicas en España. El desplome del número de espectadores que asisten a las diferentes propuestas ha sido generalizado, superando en algunos sectores el treinta por ciento. La suma de factores que se ha aliado para llegar a esta situación es copiosa pero, indudablemente, el factor esencial reside en la grave crisis económica que atravesamos. Si a ello unimos asuntos como el tema de la estrepitosa subida del IVA cultural -vergonzosa singularidad hispana en el contexto europeo- y la caída de la oferta derivada de los menguados presupuestos culturales de la mayoría de las instituciones públicas y privadas el resultado está llevando a que algunos ámbitos rocen la supervivencia e, incluso, a medio plazo pueda llegar a cuestionarse su viabilidad.

La consecuencia más llamativa es el crecimiento de la distancia que separa a nuestro país de los de nuestro entorno. En las últimas décadas se había conseguido aminorar ese desfase con un crecimiento que nos iba poniendo al día en infraestructuras y también en oferta cultural. Sin embargo este proceso se ha frenado en seco y lo más común es encontrar equipamientos con muy escasa calidad en su programación, limitada y reducida a parámetros irrisorios. Esta combinación letal de factores ha llevado, pese a la mayor carga impositiva, a una notable caída en la recaudación de ingresos. El Ministerio de Hacienda puede estar verdaderamente satisfecho con su gestión. Menos aportación vía impuestos del mundo cultural a la vez que ha contribuido, de manera decisiva, en la destrucción de multitud de industrias culturales de pequeño tamaño que no han podido sobrevivir a este contexto y, por lo tanto, se ha creado más paro y recesión.

Lo que tantos años ha costado construir se está evaporando de manera fulminante. Los procesos culturales no se improvisan. Requieren de una inversión decidida y sostenida en el tiempo para ir generando nuevo público capaz de adherirse y, después, fidelizarse. Si esto se corta, volver a arrancar de nuevo cuesta el triple de tiempo, esfuerzo y dinero. En este sentido, el año que ahora termina quizá suponga un punto de inflexión, un cambio de ciclo que necesariamente obligará, a medio plazo, a reformular el conjunto de una oferta que sólo puede encontrar un asidero en la calidad de lo que presenta en un escenario.

Frente a la multiplicidad barullera, y con no demasiado criterio, se impone, cada vez más, la búsqueda de líneas de actuación claras y solventes, que marquen el camino desde un liderazgo cultural que ha de tener en la difusión de las actividades uno de sus puntos fuertes. El empleo de las nuevas tecnologías es una herramienta imprescindible sin la cual no se puede culminar con éxito ninguna iniciativa. La lección de este duro año es que ya nada será igual y que de poco sirve vivir instalados en el lamento. Se precisa un análisis sosegado de la evolución de los últimos meses que sirva para encarar el futuro sobre bases realistas en las que anclar una oferta que debe seguir creciendo y, a la vez, posibilitando nuevos horizontes creativos que permitan el intercambio de experiencias artísticas y su progresiva capacidad para alcanzar nuevas metas en beneficio del bien común. Las instituciones no deben olvidar nunca que la cultura no es un privilegio, es un derecho ciudadano.