La novela que sacudió a la Irlanda más pacata

De la irlandesa Edna O'Brien (1932) suele decirse que es la gran dama de las letras de su país. Para ser del todo justos habría que precisar que, más allá de los estrechos confines de una isla que dejó en 1964, O'Brien es una de las voces anglosajonas de verdad relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Y eso, dada la calidad de la cosecha, es decir mucho. O'Brien, autora de dos admirables biografías de Joyce y lord Byron, se estrenó en la narrativa con Las chicas de campo (1960), un volumen que habrán visto en muchos escaparates durante estas Navidades. Pues bien, si con el ajetreo lo han dejado pasar, es el momento de rescatarlo. Las chicas de campo escandalizó a una Irlanda pacata por su tratamiento del sexo, hasta el punto de ser prohibida y de quemarse ejemplares en público. Como otras obras posteriores de la autora, está marcada por la indagación en el punto de vista femenino ante los hombres y el mundo. Pero más allá, es el magno relato de dos vidas -la una soñadora, vividora la otra- en un largo periplo del campo a la ciudad.

Fantasías en vuelo libre de un abuelo del manga

Fantasía a raudales y amor a la Naturaleza son las dos claves de la obra del japonés Kenji Miyazawa, cuya influencia en el manga y el anime nipones ha sido notoria. Miyazawa (1896-1933) compaginó en sus primeros años los estudios agronómicos y la dedicación a la poesía. Más tarde, cuando frisaba la treintena y ya había alcanzado reconocimiento como escritor, le dio la espalda a los ecos mundanos y, abandonando Tokio, regresó a su tierra con la intención de ayudar a los campesinos locales a salir de la pobreza y la ignorancia. En su epílogo a este volumen, Marc Bernabé rastrea la senda creativa que lleva de las composiciones de Miyazawa -empezando por El tren nocturno de la Vía Láctea (Satori, 2012)- a las más recientes producciones animadas japonesas, como Galaxy Express 999 o las aventuras del cósmico gato Doraemon. La vida de Budori Gusko alberga cinco relatos que son otras tantas muestras del arrebatado talento de un autor cuya imaginación sin límites y esperanzado ecologismo han impresionado a millones de personas.

Los timadores de la crisis en pelota picada

¿Se acuerdan de 2008? ¿Recuerdan las promesas de regulación de mercados que acompañaron las primeras inyecciones de billones en los bancos? Menos mal que, a esas alturas de la película, casi nadie se las creía. Así, por lo menos, nos hemos empobrecido pero no añadimos la decepción a la miseria. Más de cinco años después, hasta el más despistado de la clase ha entendido que la crisis fue el negocio que sustituyó a la difunta burbuja inmobiliaria. Pero una cosa es entenderlo en general y otra, diferente y muy provechosa, es explicar cómo se consumó el gran timo. Y para eso está Thomas Frank, con su afilada inteligencia, su morral de conocimientos y su habilidad para narrar la pesadilla como una película de acción. Frank, que no hace mucho nos explicó cómo la publicidad impulsó la contracultura en los 60 (La conquista de lo cool, Alpha Decay, 2011), analiza los pasos de los protagonistas de la estafa, los salpimenta con un sinfín de correlatos y, al final, los deja en pelota picada. Por lo menos, que gasten en calefacción algo de lo robado.

Y Keyserling se metió en la mirada de un niño

Visto desde los ojos de Paul, el niño protagonista de En un rincón tranquilo, el banquero Bruno von der Ost, su padre, presenta una imponente figura de anchas espaldas, ojos centelleantes y rubio bigote ondulado. El mundo es, desde la mirada de un Paul que se dispone a pasar el verano en la mansión rural de la familia, un espacio excitante e inabarcable. Pero el orbe que Paul no ve es aun más incontrolable, embarcado ya en la funesta aventura de la Gran Guerra. Eduard von Keyserling (1855-1918), cuya obra está siendo publicada de modo sistemático por Nocturna, es sin duda el rey del impresionismo alemán. Y En un rincón tranquilo, editada en el último año de su vida, es muestra sobresaliente de su gran talento para reflejar un mundo agonizante. A su magistral capacidad para convertir luces, paisajes y objetos en protagonistas de sus relatos, se suma aquí el paradójico contraste con la inexperta mirada del pequeño Paul, en cuyo horizonte se dibujan presagios del otoño y la sombra de un amor que lo asoma al universo adulto.