El curso del río sirve al eterno aspirante al Nobel de Literatura António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) para contar el viaje ficticio de la vida sujeto al tiempo y a la organización de la memoria. Para ello utiliza desde el mismo título de su última novela las redondilhas más famosas de Camões: "Sóbolos ríos que vão / Por Babylonia, me achei / Onde sentado chorei / As lembranças de Sião / En quanto nella passei". La literatura fluye como el agua en una de sus obras más hermosas, quizá la mejor de todas las que escribió en la última década.

Sobre los ríos que van, que ahora publica traducida Random House, explora las posibilidades de la lírica sin dejar de lado una trama discernible, algo que no es fácil de encontrar en el mejor escritor portugués vivo desde No entres tan deprisa en una noche oscura, que marcó un punto de inflexión en la legibilidad de sus novelas. En cualquier caso, libre la escritura de las ataduras que impone el nudo de la historia, al lector le queda convertirse en cómplice de las emociones de los personajes y de las palabras. El resultado es conmovedor y, como suele ocurrir con Lobo Antunes, el esfuerzo que requiere la lectura se ve altamente recompensado por la desoladora belleza que transmiten sus páginas.

En la cama de un hospital, solo y con los recuerdos del dolor, António invoca a Antoninho y con él su pasado, mientras alimenta en su cuerpo el erizo de una castaña que come sus entrañas, lo mismo que su padre erosionaba la salud de su madre en los episodios de amor furtivo con la criada en la despensa. "No se lo digas a ella".

Impedido, mientras los médicos intentan posponer la muerte, ve la vida pasar a través de los sueños de entonces. El viaje a la Serra da Estrela para contemplar las fuentes del Mondego y los pequeños detalles en un mundo que se viene abajo: la mosca en la pileta, la persistente gota de lluvia en el zapato, el olor de la mermelada, los amores esquivos o el recuerdo del abuelo con la mano ahuecada en el oído para escuchar las conversaciones.

Se trata de una obra autobiográfica. Hace unos años António Lobo Antunes fue hospitalizado a causa de un cáncer y en esa lucha entre la vida y la muerte trazó, guiándose por el río de su infancia, el hilo que va desde el nacimiento hasta la desembocadura. El sentimiento de finitud siempre está presente en el escritor, desde el momento en que dejó su existencia entre algodones y se vio involucrado en la guerra colonial. Angola, cuando el revientaminas, que iba delante abriendo paso y detectando la muerte, se presentaba a él y le decía: "Vengo a despedirme de usted, mi teniente. Mañana salgo...". Ese sentimiento de finitud le ha llevado en muchas ocasiones a obsesionarse con la idea de que no iba a tener tiempo para escribir lo que realmente quería escribir. En sus entrevistas suele repetir que sin la escritura nada tiene sentido, todo resulta, al menos, más reducido.

Los calmantes y los efectos de la anestesia llevan al paciente un estado onírico. La memoria le conduce por la fantasía de la muerte de alguien que pierde su identidad antes incluso de darse cuenta de que ésta es simplemente la visión de un anciano con cáncer de intestino que se dedica a estudiar las líneas de la vida. Valiéndose de una técnica ya familiar para sus lectores, las falsas concordancias, las oraciones que conducen por tiempos y hechos diferentes, António Lobo Antunes ha creado, además, en Sobre los ríos que van una tercera unidad narrativa absolutamente íntima, aferrada a la enfermedad y al dolor, que imprime sentido a la novela.

Traducir a Lobo Antunes tiene mérito. El argentino Mario Merlino, ya desaparecido, logró una perfecta identificación de su obra con el castellano. Auto de los condenados fue Premio Nacional de Traducción en 2004. Antonio Sáez Delgado sigue el mismo camino de dar coherencia al montaje de frases dispersas e imágenes fragmentadas que ofrecen sus novelas. Sobre los ríos que van está escrita en un portugués que rescata construcciones de otro tiempo integrándolas de manera inteligente en el texto, así como algún que otro eslogan comercial: "Almacenes Victória, todo para la mujer moderna".

Puesto que las imágenes son la mirada del autor sobre los ríos que van, no es menos cierto que la estructura del texto proviene de su especial visión del mundo. Más allá del espacio de tiempo que polarizan los recuerdos de la infancia y los sentimientos de la vejez, los procesos mentales de ordenación de la memoria le sirven a Lobo Antunes para encauzar con acierto el sentimiento poético que desprende el libro, maravillosamente narrado.

Un ejemplo es el propio arranque de la novela, que opera incluso a modo de resumen de lo que viene a continuación: "Desde la ventana del hospital en Lisboa no era la gente que entraba ni los coches entre los árboles ni una ambulancia lo que veía, era el tren tras los pinares, casas, más pinares y la sierra al fondo, con la neblina alejándola, era el pájaro de su miedo sin rama donde posar temblando los labios de las alas, el erizo de un castaño antiguamente a la entrada de la finca y hoy en su interior, al que el médico llamaba cáncer aumentando en silencio...".

En el fondo y en definitiva, el gran río de la literatura que no se detiene.