Cualquier espectador de El lobo de Wall Street que se tope con un libro titulado Cuando los físicos asaltaron los mercados quedará con la duda de si su autor, James Owen Weatherall, puso "físicos" donde debería decir "químicos". Ese eslabón entre la licantropía y el neoliberalismo, que encarna Di Caprio en la película de Scorsese, roza la glorificación de todo lo que un laboratorio puede generar para que una vida entregada al triunfo y la depredación adquiera la velocidad adecuada. También podemos ver, en ese episodio del delirio bursátil, una metáfora de cómo ciertos comportamientos, que rebasan el grado de mentira que el funcionamiento del sistema requiere, tienen sobre el mercado los mismos efectos incontrolables que las drogas de diseño sobre tantos cuerpos jóvenes que llegan los fines de semana a las urgencias de los hospitales. Son esos personajes, y una capacidad de innovación financiera que se mueve en el terreno ambiguo de la desregulación y el fraude, los que hacen impredecible la evolución de aquellas porciones más jugosas del mercado.

Muchos de los físicos de los que habla James Weatherall -doctor en Filosofía, en Física y Matemáticas, profesor de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de California, Irvine- han contribuido, junto con los matemáticos, merced a remuneraciones con las que no podrían soñar en cualquiera de las salidas "naturales" de su profesión, a "modificar de manera irreversible la naturaleza" de Wall Street. Y aquí hay que volver al cine para recordar en Margin Call al megatiburón de Jeremy Irons pidiendo a un joven analista (ingeniero) que le explique de manera inteligible los mecanismos, ocultos tras un complejo aparataje matemático, por los que lo que antes generaba millones ahora está a punto de llevarlos a la ruina. Es la paradoja de una fiera que ignora su ecosistema.

En la estela del Newton que se reconocía "capaz de calcular el movimiento de las estrellas pero no la locura de los hombres", los físicos han sido incapaces de crear modelos con los que anticiparse a los cambios del sistema financiero. Esa conclusión está ya en el subtítulo del libro ("El fracaso de predecir lo impredecible"), pero quedarse sólo en ella sería perderse una visión distinta y bien elaborada de ciertos amos del universo.