No sabemos si Lorenzo Oliván, al igual que Juan Ramón Jiménez -uno de sus primeros y más admirados maestros-, ha renunciado a sus libros iniciales y sentido la tentación de ir destruyendo los ejemplares que encuentra. Lo que sí sabemos es que algunos de sus lectores, ante el hermetismo de su obra última, echan de menos el ingenio, la brillantez formal y la directa emoción de Único norte o La eterna novedad del mundo.

Lorenzo Oliván ha pasado de ser un poeta fácil, que se entrega incluso en una distraída lectura, a ser otro que requiere toda nuestra atención, que no entiende la poesía como un simple desahogo sentimental, sino como un riguroso ejercicio del pensamiento. Al contrario que otros compañeros de generación, no ha querido limitarse a lo consabido y aplaudido y ha pretendido ir más allá.

Pero el poeta sigue siendo el mismo en lo fundamental. Es la suya una poesía de la meditación, pero construida a través de la mirada, no de abstracciones y vaguedades pseudofilosóficas.

Al trasluz de sus versos se ve la "marca de agua" de un poeta que ha ido creciendo sin renunciar a sus raíces. Así, el poema "Azul luz irreal", que lleva al comienzo una cita de Wallace Stevens, constituye una variación, una espléndida variación, de un conocido soneto de Gerardo Diego en el que la luz se vuelve "diafanidad de ausencia vespertina", anuncio de una revelación. También la "azul luz irreal sobre la nieve" convierte a la ciudad en escenario "de una inminente representación". En el terceto final del soneto "vivo latir de Dios nos goteaba, / risa y charla de Dios libre y desnuda", mientras un pájaro canta celebrando el prodigio; en el poema de Oliván, "tímida y deshaciéndose de lastre, / cae al final, / muy al final, / la noche". Y cae de rodillas. "Juro que de rodillas", afirma el último verso. En uno y otro poema asistimos a una "Revelación" (así se titula el soneto de Gerardo Diego) encarnada en un especial paisaje. Otro poema, "Canícula", puede relacionarse con un poema famoso de Juan Ramón Jiménez. El poeta convaleciente siente la caricia del sol: "Como un perro de luz lames mi lecho blanco, / y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro, caída de cansancio". En el poema de Oliván un rayo de la luz de fuera se filtra en el cuarto en penumbra en que escribe: "Contemplo en el asombro de mi carne / esta misericordia de la luz, / su domesticación jamás innoble, / perro que lame a aquel en quien confía".

No pretenden disminuir estas comparaciones la originalidad del poeta. Sirven, por el contrario, para subrayarla. Lo mismo que ocurriría si ponemos en relación los poemas dedicados al tren por Antonio Machado con los que Lorenzo Oliván dedica al mismo tema. Así comienza "El ojo": "Todo son pasajeros, pasajeros / al tren, tiznada aurora / y horizontes / de vías, punto en fuga a la ciudad". Y en "El viaje", al machadiano ajetreo de "maletas y corazones" en un vagón de tercera, se contrapone el traqueteo que "criba toda el alma, / limpia rítmicamente / impurezas" y trae al pensamiento "lo más alado y grácil que hay en él". Más evidente resulta la relación -sin mimetismo alguno- de un poema como "Piña" y el Claudio Rodríguez de "Gorrión" o de "La espuma".

La experiencia amorosa, tan presente en la poesía primera de Oliván, tampoco falta en este libro en el que el poeta sigue siendo el mismo, pero cernido y acendrado, aunque a menudo juegue a fingirse otro. "Casual" comienza preguntándose "cuánto de azar y de destino / hay en cada poema" y termina tratando de fijar la belleza "con una sola imagen" fugaz, sin nexos ni raíces: "tú mordiste tus labios levemente / y a partir de ese instante tus palabras / no dijeron lo mismo que decían". En "Unidad" un encuentro erótico en la playa nocturna resulta el inevitable colofón del anhelo de unidad de la arena, las aguas y los astros.

La poética de Lorenzo Oliván se expresa en el poema "Anclaje". El poeta trabaja con el aire, los silencios y las sombras; corre el riesgo de que "lo sutil y lo huidizo" de la poesía le arrastre a la inexistencia, le convierta en fantasma. Por eso necesita "llegar al hueso de las cosas" para encontrar un "anclaje férreo" en lo real.

Los mejores poemas de Lorenzo Oliván no pierden nunca ese anclaje con el mundo externo, aunque sometan a una extrema alquimia los datos de los sentidos -de la vista, sobre todo: el ojo es protagonista- o la anécdota experiencial o culturalista (hay un homenaje a Ornette Coleman y otro a Mark Rothko).

Dos poemas satíricos nos muestran su capacidad para el epigrama. "Festín de sombras" es uno de ellos: "En sombras, / con su hocico a ras del suelo, / roen meticulosamente el aire / de febril humedad y ávido moho / que habita en la calumnia". El otro, más breve, una pequeña obra maestra, se titula "Apunte para un retrato".

Cierto que no todos los poemas están a la misma altura, como no podía ser de otra manera. Cierto que algunos -especialmente los poemas en prosa- muestran una cierta proclividad a confundir desleída vaguedad con hondura conceptual, pero en lo fundamental Lorenzo Oliván sigue siendo fiel a la rosa juanramoniana de sus comienzos, ahora metamorfoseada en "la rosa de los vientos / ebria y quieta / libre y presa a la vez / de todos los contrarios".

Delphine de Vigan ha obtenido el éxito de público y crítica y ha sido galardonada con diversos premios como el Premio de Novela Fnac, el Premio de novela de las Televisiones Francesas o el Premio Renadout de los Institutos de Francia entre otros. Su novela No y yo recibió el Premio de los Libreros y fue llevada a la pantalla por Zabou Breitman. Días sin hambre es el relato feroz, descarnado, y sin concesiones, de una mujer que describe el lento e implacable descenso al infierno que provoca la anorexia, enfermedad ampliamente divulgada y sin embargo desconocida aún, en cierto modo tabú como todo dolor o parte oscura del alma humana. Qué fácil alejarnos del dolor imponiendo la ceguera.

Testimonio, por tanto, necesario puesto que el conocimiento no sólo arroja cierta luz sobre lo desconocido, también ofrece la llave para descifrar todo laberinto en el que la mente puede atraparnos ("Consciente de que la transformaba en una presa ofrecida al mundo, abandonó el deseo de vivir en un cuerpo desecado, constriñó ese delirante afán de vivir, esa búsqueda absurda, voraz, dejó de comer para controlar en sí misma ese exceso de alma, vació su cuerpo del ansia indecente que la devoraba, que había que acallar").

Testimonio o libro o lectura imprescindible, en este caso, pues a mayor ignorancia mayor brutalidad, más ineficacia en el tratamiento real de lo que sucede a nuestro alrededor y también más lejos. Es ésta la historia de una batalla agónica en la que una mujer se enfrenta a sí misma y con humildad comparte la impotencia y desesperación que toda situación límite implica. La enfermedad es algo que va más allá de la enfermedad misma, es el recuerdo, es el origen de ésta, es el presente y el desconcierto de un futuro que se difumina constantemente en el aire siguiendo la premisa "construcción-devastación". No sólo la enfermedad, todo aquello que la rodea, todo aquello que se altera, rompe o rasga por la llegada de ésta se transforma: familia, amor, amistad? Cómo la enfermedad avanza fijando marcas, cicatrices, huellas, nombrando de nuevo. Y la extrañeza: "Era algo externo a ella que no sabía nombrar. Una silenciosa energía que la cegaba y gobernaba sus días. Una forma de colocón también, de destrucción. Todo sucedió paulatinamente. Hasta llegar a eso. Sin que acabara de darse cuenta. Sin que pudiera enfrentarse a ello. Recuerda la mirada de la gente, el miedo que se reflejaba en sus ojos. Recuerda esa sensación de poder, que alejaba cada vez más los límites del ayuno y el sufrimiento. Las rodillas que entrechocan, los días enteros sin sentarse. El cuerpo, que vuela desvalido por encima de las aceras. Más adelante, las caídas en la calle, en el metro, y el insomnio que acompaña al hambre, ya imposible de reconocer. Hasta que el frío invadió su cuerpo, inimaginable. Un frío que le anunciaba que había llegado al final y que tenía que elegir entre vivir o morir". Algo tan sencillo en apariencia y tan complicado sin embargo una vez atravesado el límite. A veces nos encontramos en los libros, nos reconocemos en ellos, encontramos también un consuelo o un modo de abrir ciertas puertas invisibles imposibles de abrir de otro modo, a veces leer es dejar que entre la luz o instaurarla. Sería necesario encontrarse incluso en los libros que más ajenos nos resultan, donde se encuentran otros para así poder comprender mejor, otras situaciones, otros lugares. El libro tal vez entonces como una especie de obligación hacia el otro, tal vez empatía elegida, una especie de formación necesaria. Esta mujer "ostenta la huella indeleble de aquel año, una cicatriz indolora" también "el precio que ha pagado", fácil reconocerse en esa sensación, no hay color de piel o diferencia alguna en ello, tan sólo el origen o camino de cada cual, pero todos compartimos esas marcas de nuestras batallas propias y ahí se encuentra el punto de encuentro universal o vértice.