Si algo tuvo claro Juan Ramón Jiménez, y desde muy temprano, fue del lugar central que ocupaba en la historia de la literatura española. Por eso, no solo se ocupó una y otra vez de preparar una edición definitiva de su poesía completa, siempre incompleta, sino que también tenía la intención de acompañarla con una serie de volúmenes complementarios. Uno de esos volúmenes reuniría su epistolario; otro, las entrevistas que concedió a lo largo de su vida.

Esos proyectos, como todos los suyos, quedaron incompletos. Soledad González Ródenas reúne ahora en Por obra del instante todas las entrevistas que han podido ser localizadas (varias de ellas se conservan solo en la copia que guardó el poeta) y les añade una serie de semblanzas y evocaciones que contribuyen a perfilar la cambiante imagen del poeta a lo largo del tiempo.

Cuando se publica la primera de estas entrevistas, en 1901, el poeta aún no ha cumplido veinte años, pero ya su nombre comienza a destacar entre los cultivadores del modernismo. La última es de 1958, poco antes de su muerte, y la solicita él mismo para aclarar que, si no desea regresar a España, no es por motivos políticos: "Mi familia desea que yo vuelva a España y si no quiero volver ahora es por razones sentimentales, porque desde el año 50 he vivido aquí hasta la muerte de mi querida esposa y todo me la recuerda y yo prefiero morir en Puerto Rico donde ella está enterrada".

Juan Ramón Jiménez, a quien desde muy pronto rodeó una leyenda caricaturizadora, se preocupó siempre de dejar las cosas claras. Muchas de las entrevistas que le hicieron fueron rectificadas públicamente por él, y en más de un caso dejó constancia en la copia que guardaba de la opinión que tenía de los entrevistadores. "¡Mujer idiota!" escribe en una de ellas y en otra -olvidándose de Platero- califica como "Burro" a un ignorante que equivoca todos los nombres.

De muy desigual valor son las entrevistas reunidas por González Ródenas; algunas -como las descalificadas por el poeta- muy merecedoras del piadoso olvido de las hemerotecas. La mejor de todas las que se le hicieron al poeta no está en este volumen. No podía estarlo porque ella misma ocupa dos volúmenes en su edición definitiva. Se trata de Juan Ramón de viva voz, donde Juan Guerrero Ruiz, a la manera de Eckermann, fue transcribiendo todas las conversaciones que tuvo con el poeta desde su primer encuentro en 1913 hasta el último, en 1936. Para la etapa del exilio hay otro libro fundamental, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez, de Ricardo Gullón.

Juan Ramón Jiménez fue todo un personaje (un contradictorio personaje: Cernuda habló de un Jiménez-Jekyll y de un Jinémez-Hyde); de ahí que de él no solo nos interese su obra literaria. En su primera etapa, quería vivir al margen de la sociedad literaria, dedicado solo a su labor creadora. Luego se tomó muy en serio su papel de maestro: alentaba, corregía, publicaba a los jóvenes. Y los censuraba en público y en privado cuando se desviaban lo más mínimo de sus indicaciones o caían en la tentación de acercarse a otros maestros.

En 1936 a la guerra literaria, en la que tan activo se mostró en poeta, le sucedió otra guerra, ya nada metafórica. Juan Ramón Jiménez abandonó España ya ese mismo año, pero desde el primer momento -al contrario que otros tempranos exiliados como Marañón o Pérez de Ayala- se dedicó a hacer declaraciones en favor de la República. Su posición política no sería del todo bien entendida, y las más significativas entrevistas a partir de esa fecha tienen menos que ver con la literatura que con la historia.

La consagración de Juan Ramón Jiménez como el poeta más popular y apreciado en todo el ámbito de la lengua española tuvo lugar, no en 1956, cuando se le concedió en premio Nobel, sino en 1948. Ese año participó en una triunfal gira de conferencias por Argentina y Uruguay. Acostumbrado a las lecturas en colegios y universidades, le sorprendió la organización profesional de esas charlas y la publicidad que las acompañaba: "Cuando vine y vi en el muelle mi nombre en grandes carteles, como un torero, me disgusté mucho, porque no sabía que venía a teatros, sino que creí que iba a realizar mis conferencias en salones". Él estaría dispuesto a dar conferencias incluso gratuitas, pero se lo impide el contrato. "¿A qué precio estaban las localidades?", le pregunta a uno de sus entrevistadores. "A 12 pesos la platea. Es un poco caro y muchos no pudieron ir por ese motivo2. Juan Ramón le responde que a él le gusta dar charlas en las escuelas, pero que en Argentina no ha podido hacerlo porque tiene un contrato que se lo impide: "Como los concertistas, tengo que pedir permiso para hablar. Yo no pongo precio ni me entero".

Durante 1948 se le hicieron a Juan Ramón Jiménez más entrevistas que en ningún otro momento de su vida. Eran entrevistas promocionales organizadas por la empresa que organizaba las conferencias.

"El periodismo habla de lo que pasa; la literatura, de lo que no pasa" se ha dicho. En este volumen de entrevistas con un poeta se habla mucho de literatura, como no podía ser de otra manera, pero también de historia y de vida. Juan Ramón aparece con todas sus luces y sus sombras; en estatura natural cuando él mismo redacta las respuestas (abundan los cuestionarios) y reducido al nivel de su interlocutor (a menudo, no excesivo) en los demás casos.

Por obra del instante. Entrevistas

Juan Ramón Jiménez

Edición de Soledad González Ródenas

Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2013.