La producción editorial y cinematográfica relacionada con el nazismo y sus horrores es tan extensa, variada e inagotable que podría hablarse una industria cultural específica ligada a un tiempo atroz que revive de continuo en esas reelaboraciones. La búsqueda de una explicación racional a la deshumanización de un horror programado es uno de los principales motores de esa vastedad de papel, junto con los estudios históricos y las memorias de los supervivientes, marcadas por el empeño en que nadie olvide.

Pero el nicho de negocio relacionado con ese período que Norman G. Finkelstein desmenuza en La industria del Holocausto desborda la estricta producción cultural. El libro, que ahora reedita Akal, pretende dejar al descubierto el modo en que, bien instrumentadas, las atrocidades del nazismo rinden un magnífico provecho ideológico y económico. El Holocausto -así, con mayúscula para subrayar su excepcionalidad y la vinculación del término con un momento preciso- "es una representación ideológica del holocausto nazi. Como la mayoría de las ideologías, posee cierta relación con la realidad, aunque sea tenue", argumenta Finkelstein. El resultado de ese proceso es que los judíos, "el grupo étnico más poderoso de los Estados Unidos", han adquirido "estatus de víctima", "una engañosa victimización que produce considerables dividendos; en concreto la inmunidad a la crítica, aun cuando esté más que justificada". El autor no es sospechoso de visceralidad antijudía pese al tono tajante y definitivo que adopta en ocasiones. "Mi padre y mi madre eran supervivientes del gueto de Varsovia y de los campos de concentración nazis", relata Finkelstein. Sin embargo su primer recuerdo de ese período atroz data de 1961, cuando una tarde encuentra a su madre ante el televisor siguiendo las incidencias de juicio a Adolf Eichmann. Aquel proceso -un acto de afirmación del joven estado de Israel, en el que pesaban tanto el afán de justicia como la motivación propagandística- devolvió el holocausto a un primer plano de interés. Fue "la mayor lección pública de la historia del mundo", en palabras del escritor holandés Harry Mulisch, cuya crónica El juicio a Eichmann (recién reeditado por Ariel) es un magnífico relato de aquella larga vista. Y un complemento perfecto al ineludible Eichmann en Jerusalén de Hanna Arendt.

Finkelstein desvincula, sin embargo, el surgimiento de esa industria del Holocausto del proceso al oficial de las SS encargado de los aspectos logísticos de la solución final, la culminación del exterminio judío. Tampoco lo relaciona con las voces de los jóvenes alemanes que, también en la década de los sesenta, comenzaron a exigir a sus progenitores que reconocieran su condición de cómplices callados de los horrores del nazismo. El Holocausto adquiere especial presencia a partir de la guerra de los Seis Días, en la que Israel revela todo su poder militar frente a sus enemigos árabes. El revivir del holocausto -relegado hasta entonces a la nebulosa del recuerdo por el interés estadounidense en no incomodar a su aliado alemán en Europa- sirvió primero como escudo ideológico frente a las críticas a Israel. Pero con el tiempo se convirtió en una fuente de ingresos creciente a medida que Alemania y otros países aprobaron compensaciones económicas a las víctimas. Hasta el extremo de que las cifras de supervivientes de los campos, en continuo aumento, llegan a difuminar por completo el propio concepto de superviviente.

Finkelstein concluye que para "aprender del holocausto nazi, es necesario reducir su dimensión física y aumentar su dimensión moral. Se han invertido demasiados recursos públicos y privados en recordar el genocidio nazi". Y ello sin olvidar que junto a los judíos otros sufrieron las consecuencias de las perversiones ideológicas de aquel régimen brutal -alimentado con la doctrina de la eugenesia, desviación cientificistas que alcanzó gran predicamento también en EEUU- como las víctimas de la eutanasia social a las que el historiador Götz Aly -quien mostró el beneficio económico del nazismo para los alemanes- dedica Los que sobraban.