Oviedo, Mario D. BRAÑA

«La Antártida es espectacular, muy diferente de cualquier otro sitio. Impresiona». Es la descripción de Rosa Fernández, la montañera de Cangas del Narcea que el pasado día 17 cubrió la sexta etapa de su particular «tour» en la conquista de las cumbres más altas de los cinco continentes, más las dos zonas polares. Con la ascensión al monte Vinson (4.897 metros), a Rosa sólo le queda el techo del continente africano, el Kilimanjaro (5.894), para completar su proyecto «Siete cimas».

Lo más complicado de la aventura de la Antártida es llegar hasta el pie de la montaña. Lo sabe bien Rosa Fernández, que tuvo más quebraderos de cabeza con las interminables esperas para coger los aviones que la situasen en el campo base que en el ataque al Vinson. Como ejemplo, el correo electrónico que envió el 5 de diciembre, seis días después de salir de Asturias, desde Punta Arenas (Chile), la última escala antes de adentrarse en el continente helado.

«Aún sigo en Punta Arenas sin poder volar a la Antártida. El tiempo es supermalo y las noticias no son muy buenas. El grupo con el que pensaba ir en un principio tuvo un accidente. Uno se cayó en una grieta. Se quitó los guantes para poder quitarse la mochila y tiene los dedos de las dos manos congelados. Y lo peor es que los vientos son fuertes, hay poca visibilidad y aún no han bajado al campo base».

Pese a la impaciencia de la espera, Rosa se reconocía afortunada por haber esquivado esos problemas. En Punta Arenas soportó tanto viento y frío que pronosticaba que «cuando llegue allá estaré ya acostumbrada». Fernández tuvo que estar en «stand-by» durante siete días, pendiente del teléfono cada dos o tres horas por si salía el vuelo. El avión tenía una capacidad de 60 pasajeros, de ellos 28 montañeros y el resto personas que pagaban 15.000 euros por darse un «garbeo» hasta el Polo Sur.

Rosa Fernández tuvo que pasar otros tres días de espera en Patriot Hills, hasta que su grupo pudo volar en avioneta hasta el campo base del Vinson. Una vez allí, la asturiana sí empezó a sentirse dueña de sus actos. Y todo fue mucho más rápido. Junto a uno de sus compañeros de expedición, el gerundense Jordi, subió el día 15 hasta el Campo I, el 16 hasta el Campo Alto y el 17 hizo cumbre en el Vinson.

La ascensión propiamente dicha no tuvo mayor dificultad, salvo el paso por una zona de grietas entre el Campo I y el Alto. «El problema arriba fue el viento y la temperatura, unos 25 o 30 grados bajo cero. No pudimos aguantar más de cinco minutos porque, además, había poca visibilidad. Lo justo para hacernos unas fotos».

Lo que le impresionó a Rosa de la aventura antártica fue la luz perpetua, la enorme extensión de hielo, inacabable, y la limpieza, obligada ante la vigilancia a la que se somete a los privilegiados que alcanzan la zona. «Estás controlado en todo momento. Tienes que llevar radio y un teléfono por grupo para dar señales de vida dos veces al día. Da igual que estés en el Vinson, en el Polo Sur o en otra zona. No se mueve nada sin que lo sepan en la base de Patriot Hills».

De regreso a Asturias, Rosa no ha descuidado ni un solo día su preparación porque casi de inmediato, el 4 o 5 de febrero, arrancará la etapa africana del proyecto «Siete cimas». Fernández tiene previsto viajar hasta Tanzania con la productora madrileña Mountain Soft, que recopilará material para elaborar un documental sobre la ascensión al techo de África, el Kilimanjaro (5.894 metros). Espera una subida fácil y una experiencia tan enriquecedora como la de la Antártida, pero en este caso por el paisaje humano, que incluirá alguna obra benéfica. Será el final de un sueño que empezó para ella el 21 de mayo de 2005, cuando holló la cima de la montaña más alta de Asia y de la Tierra, el Everest (8.848 metros).