Gijón, J. C. GEA

Paul Hillary emocionó, impresionó y arrancó sonrisas por igual en su visita a Gijón. El hijo del legendario Sir Edmund Hillary -el primer hombre que coronó el Everest junto al sherpa Tenzing Norgay- demostró manejarse tan bien ante el público como en sus escaladas (dos al Everest, entre otras muchas a algunos de los principales picos del planeta), sus expediciones al Polo Norte o a la Antártida o sus expediciones río Ganges arriba y después Nanga Parbat arriba. Arriba una y otra vez. Invitado por la Fundación Príncipe de Asturias en el marco de la exposición con que la revista «National Geographic» conmemora el premio concedido por la entidad, Hillary desgranó ante una abarrotada colegiata de San Juan Bautista lo esencial de sus aventuras y del punto de vista humano que las alimenta. O viceversa.

«Después de subir al Everest por segunda vez por cuerdas que ya estaban allí, puestas, pensé que mi padre y Tenzing habían cortado escalones de hielo hacia lo desconocido. Pero lo desconocido, en muchos sentidos, se encuentra ante nosotros, y eso es lo bueno de la montaña. Y de la vida. Nadie sabe cómo va a terminar el calentamiento global, o las tensiones en el mundo. Pero hay que acostumbrarse a esa incertidumbre y disfrutar de ella», aconsejó.

Con ropa comprada horas antes en Gijón -los viajeros expertos también pueden extraviar sus maletas en el laberinto de los aeropuertos-, el aventurero, montañero y continuador de la labor filantrópica iniciada por su padre en Nepal mostró cómo se conquista la cima del aplauso del público. La asturiana Rosa Fernández, que también puso su pica en el techo del mundo, fue la encargada de subirlo hasta el campamento base con su presentación. Y a partir de ahí, Hillary siguió subiendo solo con un vibrante recuerdo para el pernil de jamón serrano, el queso y el vino que compartió con unos alpinistas españoles bajo el K2.

En su ruta de ayer, Hillary se acompañó de vídeos de sus aventuras en este último pico -donde murieron siete de sus compañeros-, en sus dos ascensos al Everest -el segundo en homenaje a su padre- o en las expediciones que compartió con él: la Ganges-Nanga Parbat, o el aterrizaje sobre el hielo del Polo Norte, acompañado de otro pionero de leyenda, el astronauta Neil Armstrong.

Pero el canto a la incertidumbre y a la aventura que en todo momento entonó Hillary estuvo también contrapesado por una sensatez sin fisuras. «De nada vale un éxito póstumo. Hay que sobrevivir al ascenso para disfrutarlo, y por eso lo crítico es bajar la montaña», sentenció. Máxime cuando ni toda esa prudencia impidió que acabara dando un mal paso en el Everest y acabase boca abajo «con el Nepal debajo de mí, en una situación un poco humillante».

Aunque recomendó el ascenso al techo del mundo «a todos aquellos a los que les gustan las vistas», no parece Hillary de los que mitifican cada detalle de la aventura. De hecho, abundó en lo «aburridos» o lo «horribles» que pueden resultar sus pormenores (y su comida, si no hay jamón). Pero incluso eso, aseguró, es «una experiencia digna de ser recordada, de volverse inolvidable». Una vivencia que, según él, justifica arrostrar una y otra vez el ascenso o la expedición. Claramente no era para él la broma que le hizo el «showman» David Letterman después de que Hillary llegase al Polo Sur: «Nos han dicho que ha abierto una nueva ruta a la Antártida. ¿Qué tenía de malo la anterior?».