Avilés, I. URÍA

Los ocho puntos que separan al Avilés del cuarto puesto de liguilla son una diferencia no imposible pero sí difícil de recortar. El equipo tendría que lograr una hazaña histórica para la que no acompañan ni resultados ni, lo que es peor, sensaciones.

La comparación más cercana en el tiempo, la que atañe a la pasada temporada, sepulta aún más cualquier atisbo de esperanza para encaramarse a una de las plazas de premio. A las mismas alturas de campaña, la 23.ª jornada, para ser exactos, el Avilés estaba situado en quinta posición con 43 puntos, pero empatado con el cuarto, Sporting B. No sería hasta la 36.ª jornada, a falta de la disputa de dos para el final, cuando los de Pole se situarían a una abismal distancia de 8 puntos de esa ansiada plaza. En la última jornada los blanquiazules aumentaron esa caída con una diferencia de 10 puntos que los hizo acabar la Liga en sexta posición.

Esta campaña el equipo aspira, como advirtió Pole desde el primer momento en que supo que no contaría con los fichajes que había pedido, a finalizar lo más alto posible en la tabla. Prácticamente descartadas las opciones de pelear por el ascenso, el equipo blanquiazul parte desde la octava posición con el objetivo de mejorar la sexta plaza del año anterior. El entrenador asegura que no se plantea que el equipo acabe en una plaza en concreta, ni que el objetivo sea superar el resultado de la pasada campaña. «Mi reto como entrenador es que el equipo sea en el campo el reflejo de mi trabajo. Me gusta que mis equipos tengan agresividad en defensa, que sean uno de los menos goleados, y chispa en ataque».

Esa meta se ha visto truncada en cierta medida, según el técnico, por problemas «de competitividad». Al entrenador le dolió la derrota ante el Cudillero no por el resultado en sí, sino por la manera en la que se dejó escapar vivo «a un rival que no hizo muchos más méritos para superar al Avilés». Por lo menos, los futbolistas se han recuperado de la decepción y ya esperan con ansia medirse el domingo con el Oviedo.