Parece como si el paso del tiempo nos empujase a robarles algo a nuestros héroes de papel para sentirnos bien. Aunque, cuando nos hacemos mayores, lo que necesitamos, de verdad, es más de los amigos que admiras; de esos que día a día te sorprenden, divierten o solamente te hacen pensar mejor. Cuando sea mayor también me gustaría ser como Ladislao de Arriba para poder refugiarme los pliegues del tiempo bajo una envidiable barba blanca y pasear, por un Madrid adaptado, esa asturianía cinco estrellas sin compromiso y el gijonismo bañado de un amor descrito entre las líneas de la denuncia. Quisiera, cómo no, tener esa sinceridad «acojonante»; su llegada y su gol, con la inteligencia urbana que convierte en poesía rebelde entre la madurez objetiva y una reflexión sin limites. O su sportinguismo, de raíz profunda, que acredita la necesidad de reivindicar la seriedad y el compromiso para esa «venerable institución». O el haber gozado de la amistad de Cholo, Garciona, Cuno, Pidal... -aunque, amigo Ladis, años de vestuario y alineación que comenzaba por Castro y terminaba en Ferrero o Churruca también curten de rojiblanco-. Quisiera, cuando sea mayor -que lo soy-, poder mirar como él, al pasado y al presente, sin bajar en ningún momento la guardia de la verdad; la misma que le hace conservar amigos de la talla XXL -como el «little big man» Mauro Muñiz, «manager» de nuestra amistad ya con más de noventa minutos y muchas prórrogas.