Gijón, Mario D. BRAÑA

Acostumbrado a acaparar todo el protagonismo, el fútbol se siente raro en los Juegos Olímpicos, con un papel de telonero nada frecuente. Las grandes potencias ven la competición como un escaparate para sus jóvenes promesas, lo que acaba convirtiendo el torneo en una especie de Mundial sub-21. Ya era así en la década de los setenta, cuando Cundi se convirtió en el primer futbolista asturiano olímpico. Tenía 21 años, y el seleccionador, Ladislao Kubala, se lo llevó a Montreal con un puñado de jóvenes llamados a tomar el relevo en la absoluta.

Kubala ya contó con Cundi para los partidos de clasificación olímpica de 1974, cuando acababa de debutar con el primer equipo del Sporting. De esa fase previa sólo recuerda el empate del partido decisivo, en Turquía, que aseguraba el billete olímpico, un éxito que le dejó sin vacaciones dos años después. «Cuando terminó la Liga estuvimos quince días concentrados en Barcelona, entrenándonos en el Camp Nou, antes de viajar a Canadá».

La experiencia olímpica de Cundi fue inolvidable -«los Juegos son mucho más guapos que un Mundial»-, pero corta. España cayó en un grupo muy complicado, con Brasil y la Alemania del Este, que contaba prácticamente con el mismo equipo que había hecho tan buen papel en el Mundial-74. Poco importó que en la alineación española estuvieran nombres que luego fueron tan ilustres, como Arconada, Juanito, Idígoras, San José, Saura y el barcelonista Esteban.

España perdió 2-1 frente a Brasil y 1-0 frente a Alemania, que acabó proclamándose campeona olímpica, al vencer en la final a la Polonia de Szarmach, Deyna y Lato. Aquel torneo olímpico puso en escena a otros futbolistas que harían historia en sus países, como el francés Platini, el ruso Blokhin y el mexicano Hugo Sánchez, que aparecen en la tabla de goleadores. Idígoras marcó el único de España antes de hacer las maletas.

«Pensábamos que nos podríamos quedar una semana, pero a los dos días nos mandaron para casa», recuerda Cundi, que le hubiese encantado disfrutar de los Juegos como espectador: «Me gusta ver, sobre todo, el atletismo, los 1.500. En Montreal nos impresionó a todos Comaneci. Aquella chavalina enamoraba. Parecía imposible hacer lo que hacía la rumana, con aquella perfección. Era la reina».

A falta de trofeos deportivos, Cundi regresó a España con un montón de experiencias y algunos recuerdos: «En la villa olímpica había muy buen ambiente, con gente de todo el mundo. Cambiábamos camisetas e insignias, hablando por señas. Como estábamos cerca de los rusos, Mariano Haro les compraba cámaras de fotos, que eran auténticos armatostes, y después nos las revendía. Yo compré una, que debe de andar por casa de mi madre».

Cundi se quedó con la espina clavada de la ceremonia inaugural, en la que los futbolistas no pudieron participar: «Tuvimos que conformarnos con verlo por televisión. Fue una pena porque me parecía algo muy guapo y tenía la esperanza de que me vieran desfilar en Sotrondio». Los Juegos Olímpicos sí le sirvieron al sotrondino para aplazar otro tipo de desfile, el militar. «Tenía que haberme incorporado a la mili en julio y no fui hasta octubre, en Mallorca».

La eliminación de la selección de fútbol en Montreal-76 no tuvo apenas repercusión, por lo menos si se compara con lo ocurrido en la Eurocopa de 1980, el otro gran torneo en el historial de Cundi. El defensa podría haber estado en los Mundiales de 1978 y 1982, pero las lesiones se lo impidieron. «En el 78 se dio la circunstancia de que Kubala dio la lista cuando me estaban operando.

Cundi renueva cada cuatro años su espíritu olímpico, con largas sesiones delante del televisor. Se lo traga todo, con especial atención al atletismo y a esa prueba de los 1.500 metros que tantas satisfacciones ha dado a los españoles. Y sin olvidar el fútbol, porque «ser campeón olímpico es un orgullo en cualquier deporte».