¿Sabes que «el Tati» últimamente ya sale poco? Le cuesta andar y además..., me comenta un amigo camino de El Molinón, de ese Molinón acostumbrado a que las 180 pulsaciones recuperasen la normalidad cuando Valdés recibía la pelota: algo se paraba en las nubes del Piles y el partido se dividía en dos; el Sporting atacaba y el rival se encogía exponiendo sus complejos, donde Quini, Ferrero, Churruca, Morán Mejido o Herrerín se hacían todavía mejores. Y recordábamos su correr desordenado, de calle sin asfaltar, con la mirada acortando las distancias mientras elegía la mejor de las opciones que su mente había procesado cuando aún el balón dependía del viento. La «maquinona» evitaba siempre la retórica y cuando, para los demás, el balón era un problema, él aparecía como solución para arreglar nuestro alterado metabolismo. Fue un futbolista de una sola camiseta -tras sus quehaceres mierenses con sobresaliente-, adelantado a su tiempo con pase de videojuego. El madridista Velázquez pertenecía a su escuela renovadora de un fútbol para masticar despacio rompiendo los tópicos del «parar, levantar la cabeza y pasar». Al regreso, a la altura del kilometrín, se sienten los ecos de la esperanza y el entusiasmo entre un orbayu ingenuo. ¡Vaya racha!, o no sé? quizá se nos olvida que en los caminos del tiempo se dejan demasiados jirones de vida. Pero Tati nos debe un guión que nos permita definir el pelotazo como pase y no como excusa.