Da igual que el Real Madrid sea campeón (o no). Da igual que el Villarreal quede segundo (o no). Da igual que el Barcelona se hunda en la clasificación (o no). Esta Liga ha sido un monumento al aburrimiento del tamaño de la «Estrella de la muerte» de Calatrava.

Como las películas de Almodóvar. Como el último «tocomocho» de Lucía Etxebarria. Como los castings de «OT» con Evaristo. Como el nuevo disco de «Marlango». Como un discurso de Solbes. Como las entrevistas a Ramón Calderón. El campeonato ha sido un tremendo tostonazo. Fíjense qué desastre; este fin de semana los aficionados al fútbol preferimos ver un partido de la Liga inglesa (¡menudo Chelsea-Manchester, amigos!), guiñar el ojo vago a saladas (y eso durante los noventa minutos, un pecado mortal) o incluso ¡leer una novela de Paulo Coelho! Bueno, lo de la novela es mentira, la cosa no llega a extremos suicidas. Si el cambio de Capello por Schuster se debía a que el juego del Real Madrid tenía que ganar vistosidad y alegría, la demostración empírica de que eso no ha pasado está en los treinta y cuatro partidos disputados. Sí, es cierto, nos hemos zampado algunas tardes memorables (recuerden el 7-0 al Valladolid en el Bernabeu), pero el resto ha sido una verdadera bazofia. Partidos sin interés (¿se los enumero?), jugadores en automático (salvo en casos puntuales, así se ha comportado la plantilla), un entrenador más preocupado por la prensa que por los entrenamientos (memorables desplantes los de este año)É ¿Cómo puede sentirse orgulloso el Real Madrid de conquistar un campeonato así? Propongo un doble o nada con la Liga del año que viene. Si la ganamos jugando al fútbol, nos llevamos la de esta temporada también.

Aunque las circunstancias que nos tocan vivir no serían las mismas si no tuviésemos enfrente a un equipo de cartón piedra. «Si doblas un chiste tiene gracia, pero si lo rompes no», avisaba Woody Allen en «Hannah y sus hermanas». El Barcelona de la 2007-08 es un monologuista sin chispa, arrasado por haber roto todos sus golpes de efecto. Cuando en el pasado su fútbol poseía la gracia, ahora se ha convertido en un equipo desgraciado y deforme al que le marcan goles de alevín.

Billy Wilder resumía los diez mandamientos en uno: «No aburrirás». Dondequiera que estés, perdónanos, maestro.

El Barça perdió contra el mejor equipo de la segunda vuelta, es cierto, pero la derrota en Riazor no es la mejor aspirina para el dolor de cabeza que nos espera en Old Trafford. Hace tiempo que el equipo de Rijkaard se cayó en un pantano (al menos, en la Liga), y a estas alturas de la temporada al Barça no le queda más remedio que sacarse a sí mismo tirándose hacia arriba de los pelos, como hizo el barón de Münchhausen. Contra el Manchester habrá que forzar las leyes de la lógica e intentar estar en la final de Moscú.

La cuestión fundamental, por mucho que se empeñen «Pravda» y el resto de la prensa deportiva de Es-pa-ña, no es si el Barça tendrá que hacer el pasillo a Los Otros en el Bernabeu, sino si el Barça será capaz de ganar (o empatar con goles) al Manchester y jugar la final de la Liga de Campeones. Hace tiempo que el Barça murió para la Liga, pero hemos olvidado las palabras del sabio Epicteto: «No es grave morir, sino morir torpemente». La muerte liguera del Barça ha sido torpe no desde el punto de vista ético (la Liga de Campeones es un fin en sí misma, no un medio para salvar la temporada), sino estético. Y la estética es importante no sólo para vender camisetas. El horroroso partido del Manchester en el Camp Nou, por ejemplo, indigno de un equipo tan bello, ha pasado factura y el equipo de Cristiano Ronaldo ve ahora peligrar el título de Liga. Los grandes equipos no sólo tienen que ser bellos, también tienen que parecerlo.

Próximo, el viejo gladiador de la película «Gladiator», dice que no podemos escoger el modo de morir, pero sí podemos decidir cómo afrontar el fin para ser recordados como hombres. En el caso del Barça, la sentencia de Próximo es falsa en su primera parte porque un equipo tan grande tiene que ser capaz de escoger el modo de morir. Y ese modo no puede ser el que vimos en Riazor. Próximo sí tiene razón en lo segundo, y ese equipo que maravilló al mundo del fútbol corre el riesgo de no ser recordado como lo que fue. Dependemos de un tirón de pelos en Old Trafford, pero no hay que olvidar que morir torpemente no es forma de vivir.