Gijón, Mario D. BRAÑA

El cabezazo de Bilic despejó las últimas dudas que quedaban sobre el Sporting: es un equipo iluminado, con tanta fe en sí mismo que está convencido de que al final de esta Liga está el paraíso de la Primera División. Ese camino está salpicado por alguna piedra, como el trío arbitral encabezado por Mateu Lahoz. Pero también encuentra almas caritativas como el Granada 74, dispuesto a dejarse en El Molinón unos puntos que cualquier equipo hecho y derecho se hubiese llevado. El Granada 74 tuvo a Luque y diez más, que arruinaron el partidazo del zurdo. El Sporting jugó con uno menos 54 minutos, pero siempre creyó en la victoria, sin reparar en la forma de conseguirla. Por eso, el 2-1 es un aviso a navegantes: nadie podrá robar la ilusión del sportinguismo.

El Sporting ganó por las bravas un partido que se le atravesó desde el principio en lo puramente futbolístico. Contra once, y contra diez hasta el 0-1, el Granada 74 fue mejor y tuvo las oportunidades más claras. Después, cuando el lance fue derivando hacia asuntos más próximos al corazón que a la cabeza, el Sporting se agrandó de tal forma que volteó el marcador. Es lo que pasa cuando un equipo sin demasiado fútbol apela a la heroica con 20.000 gargantas detrás.

Es lo que ocurre, también, con experimentos como el granadino, un club sin identidad y un equipo sin alma. Tiene buenos futbolistas y uno excepcional para Segunda, Luque, pero eso no es suficiente cuando se trata de competir. En el Sporting no sobra la calidad, pero sus jugadores están comprometidos al máximo con una institución con historia y, sobre todo, mucha gente detrás.

Todo eso se notó especialmente a partir del minuto 47, cuando el partido se convirtió en un trámite para el Granada 74 y una cuestión de honor para el Sporting. Hasta entonces, mientras en la balanza sólo se colocaron valores futbolísticos, el equipo de casa salió malparado. En todo el primer tiempo, el Sporting ofreció mucha tensión y muy poco fútbol. Era un equipo agarrotado, incapaz de traducir en juego las enormes ganas de agradar y de marcar. Su rival, sin tantos aspavientos, controlaba el juego y visitaba bastante a menudo el área de Roberto.

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