unca me puso la mano encima ni me tomó el pelo, por ello puedo hablar con mayor libertad del maestro y amigo -no se si psicoesteta o psicoesteticista- Ramiro Fernández Alonso. Y entro en dudas semánticas porque encuentro que los diarios lo nombran de una y otra forma, y en mi inquietud y corto conocimiento gramatical debo confesar que me parece de mejor eufonía la primera denominación, aunque tal vez sea la segunda la de mayor acierto y precisión, extremo en todo caso, que, para salir de dudas, podríamos consultar a nuestro ilustre paisano García de la Concha.

Viene al pelo y tiene cabida en este córner deportivo el famoso peluquero porque él ha sido durante los últimos años el referente capilar y estético de Oviedo -de Asturias, diría- y especialmente de la selección española de fútbol desde los tiempos del bien peinado Clemente, hasta la época de incuria y abandono de Luis Aragonés. Es importante, trascendental, esto de la estética, la buena presencia y el arreglo capilar, sobre todo en nuestros días donde la belleza, la buena imagen, se aprecia en extremos puede que exagerados. Pero no quiero caer en digresiones y perder el hilo del discurso que tiene uno de esos pioneros del rejuvenecimiento en el gran Ramiro Fernández, que cuelga ahora las tijeras de marear y al que sus amigos y clientes van a tributar un fastuoso homenaje el próximo lunes. Porque Ramiro es un as de la peluquería, un avanzado de la moda, un adalid de los tratamientos y los afeites y, sobre todo, un estudioso de la personalidad y el carácter de sus clientes, lo que le ha llevado, en efecto, a convertirse en un psicoesteta. Viene de una humilde familia de mineros de San Miguel de Nembra, en el concejo de Aller. Aprendió el oficio, de guaje, en la peluquería de su hermano en El Musel y desde allí se ha alzado a su gran salón de la calle ovetense Arquitecto Reguera de la que ha sido llamado a Hollywood para competir con una veintena de los mejores peluqueros del mundo. Conoce el oficio desde abajo, el machismo casposo de las barberías, el desprecio de los problemas y enfermedades del cabello, la peluquería «mecanicista», pero su afán de superación, el despacho-laboratorio en el que estudia, escribe y reflexiona lo han llevado por esos caminos de la modernidad y el cambio que estamos glosando. Por las revistas especializadas, los congresos, las ponencias y las conferencias. Es la antítesis del histriónico Llongueras y tampoco ha recurrido nunca a los reclamos de la publicidad «Rupert, te necesito». Ni es el causante de la decoloración del pelo del hoy albino Santiago Cañizares.

Tal vez sea el último romántico de la peluquería masculina ahora que los mejores profesionales se pasaron a los salones de mujeres o al unisex. Sabe también mucho de la discreción, del trato personalizado y se ha granjeado el aprecio y la admiración de sus clientes en los que nunca distinguió credos ni razones políticas, aunque él mismo fuera concejal del Ayuntamiento de Oviedo por la UCD y directivo durante un tiempo del Real Oviedo. En su homenaje se juntará el arco iris político del Principado y el libro que ya glosa su figura y que ha puesto en solfa literaria el periodista Juan Luis Fuente, lleva prólogo del ex presidente Pedro de Silva e introducción del alcalde Gabino de Lorenzo.

Hice con Ramiro muchos kilómetros, concentraciones y partidos del equipo nacional. Siempre con su discreta bolsa de peluquero, de profesional y consejero estético de directivos, técnicos y jugadores. No buscaba dinero ni notoriedad especial, pero durante doce años al menos ha estado al borde del área, en ese segundo plano de discreción que el maneja con talento singular. Las mejores cabezas futbolísticas del momento pasaron por sus manos y tengo constancia de que en muchos casos esa relación profesional se tradujo también en aprecio y amistad por parte de los jugadores. Fue él, además, quien quitó melenas, patillas de hacha y normalizó el estilo capilar de los artistas del balompié. Ahí, en ese terreno de los volubles futbolistas de élite, obtuvo eco y consiguió éxito. Pero nadie es perfecto y yo sé que Ramiro tiene un fracaso y una espina clavada. Que el desaparecido presidente de la UCD Agustín Rodríguez Sahagún, una vez que Adolfo Suárez entregara el relevo, se fuera de esta tierra mortal con su pelo pincho y su corte de astronauta. Ramiro tenía previsto enmendar aquel rapado militar que acentuaba los defectos físicos del alcalde de Madrid: la frente amplísima y la nariz de aguilucho. No hubo tiempo, la parca se cruzó en el camino y el corte quedó pendiente. El próximo lunes sus amigos cantaremos eso de Ramiro, RamiroÉ Ramiro es cojonudo cuando él mismo se corte la coleta y entregue las tijeras.