«National Geographic» certificaba, en su último número, que el bienestar es privilegio de una minoría y que, más grave aún, la brecha existente entre pobres y ricos se sigue ampliando. El fútbol, referente de la globalización más moderna, no podía quedarse ajeno a la triste realidad y sigue ese camino, no apto para las dudas, observando imperturbable cómo la brecha entre clubes ricos y modestos se abre cada vez más en todas las competiciones del mundo. Con el agravante de exigirles a ambos la misma responsabilidad cuando ponen sus armas sobre el terreno de juego. En la Liga española, por ejemplo, Real Madrid o Barcelona, incluso Valencia, Atlético, compiten con compañeros de clase como Getafe, Valladolid o Recreativo, que no tienen nada que ver con sus balances. Y a estos equipos , que están en la otra orilla, se les exige, cuando llega el día D, los mismos objetivos. Si en julio- agosto las diferencias sólo aparecen en los números, en mayo- junio son realidades difíciles de asumir reflejadas en plantilla, socios, estadio y un largo etcétera. En los segundos, con la espada de Damocles siempre sobre sus intenciones, se puede acabar en tragedia griega con desenlace latino. En el caso de los primeros -los poderosos-, los que no coqueteen con el descenso, sus argumentos económicos son un motivo para crecer y crear el enésimo proyecto. A unos, la deuda les ayuda a ser más grandes, pero a los otros les ahoga por las calles de ciudades en busca de responsables ávidos de respuestas que nadie encuentra hasta la vuelta al nuevo curso. Aunque el colegio siga desigual.