El verdadero campeón siempre tiene orgullo y lo saca cuando se siente herido. La historia del ciclismo está llena de anécdotas de revanchas de superclases como los Merckx, Hinault, Indurain, Moser y hasta del propio Anquetil, que era más frío y calculador. Garzelli estaba molesto porque cuando tenía la Vuelta a Asturias más al alcance que nunca y tras asustar a sus rivales al ganar en Llanes y Avilés, le fallaron las piernas en el Acebo. El italiano pensó que perdió carisma entre los aficionados asturianos por ceder diez minutos cuando pudo ceder sólo dos.

Tenía pensado tomarse la revancha ganando la etapa final en Oviedo, que acababa en un buen repechón, pero antes de la salida supo que era muy dura y, por tanto, casi imposible de controlar las fugas. Además exigía una excesiva paliza para sus compañeros. Así que Garzelli prefirió mostrar su clase, y que aún le restaban muchas fuerzas para meter tensión a los rivales y, sobre todo, disfrutar del ciclismo espectáculo.

Aprovechó la subida al Rodical, donde los últimos años hay siempre un gran zafarrancho, para hacer un ataque excepcional y poner la carrera patas arriba. El líder Vicioso pasó nervios por momentos, porque tenía pocos compañeros al lado y faltaban nada menos de 150 kilómetros a meta. Menos mal que otro veterano, Tondo, compañero y segundo de la carrera, se dedicó a poner ritmo en el pequeño grupo y dar tranquilidad al maillot amarillo, tras recibir las órdenes de calma y reagrupamiento del astuto técnico Zeferino.

Fueron dos kilómetros geniales de amago de un superclase como Garzelli, que quiso decir aquí estoy y demostrar que lo del santuario del ACebo fue sólo un mal día, aunque haya perdido la Vuelta. Pero el italiano aprovechó ese zafarrancho para darle la alternativa a Samoilau, un joven de mucha fuerza, mandándole que rematara su faena con la fuga del día. La idea de Garzelli era que el bielorruso controlara la fuga y la frenara para, al final, neutralizarla y volver a ganar al sprint. Sólo que el pelotón, tras ponerse a 200 pulsaciones por minuto y acusar la fatiga de las duras etapas y el paso por Navelgas, decidió ya pensar sólo en acabar. Garzelli confió entonces en Samoilau, pero el joven acusó la ambición de triunfo en el repechón de meta, lo que aprovechó Urtasun.