Gijón, Mario D. BRAÑA

Para David, interrumpir las vacaciones del ochenta no fue ningún disgusto. Cualquier sacrificio estaba justificado con tal de vivir la experiencia olímpica. Incluso el de pasarse doce días del mes de julio soportando el calor madrileño para preparar la participación en los Juegos de Moscú. La competición en sí duró poco, ya que España quedó eliminada tras empatar los tres partidos de la primera fase, pero los recuerdos pasaron a formar parte de su mejor bagaje como futbolista.

También el preolímpico dio mucho de sí para David: «Jugué los diez partidos de la fase de clasificación. El seleccionador, Santamaría, confiaba en mí. Y en esa época estuve a punto de jugar con la absoluta. Me quedé en el banquillo en el partido de Cádiz frente a Dinamarca en que debutó Joaquín. Ir a la selección española, sea la que sea, era lo máximo para mí».

Las dudas

España aseguró la clasificación olímpica gracias a un triunfo en Israel. «Fue uno de los días que más calor pasé en mi vida», recuerda David, que llegó a pensar que todo aquello no había servido para nada. El boicot de Estados Unidos a los Juegos de Moscú ponía en duda la presencia española. «Tuvimos que dejar la dirección de donde pasaríamos las vacaciones por si tenían que localizarnos. Las pasé con Pablo, el extremo que jugó en el Valencia, en Fuengirola. Cuando quedaban un par de días para volver, en el hotel me encontré una nota de la Federación. Al día siguiente tenía que estar en Madrid».

Otra vez el agobio del calor, con el agravante de que la selección tenía doce días para ponerse en ritmo de competición. «Espinosa, que todavía estaba en el Castilla, se rompió. Y yo también tuve algún problema muscular. Fue muy duro, y eso que los entrenamientos eran a primera hora de la mañana y al atardecer. Hubiésemos necesitado veinte días. Uno de nuestros rivales, Alemania Oriental, llevaba un mes concentrado».

Casi 30 años después, David asegura que mereció la pena. Por la competición, pese a la escasa consideración del fútbol por el olimpismo, y por todo lo vivido aquellos días. «En el estadio del Dinamo de Kiev jugamos ante 100.000 espectadores. Aunque no estábamos en Moscú, se notaba el ambiente olímpico. Tuvimos nuestro propio desfile inaugural». Los resultados, de cara a la afición, no importaban tanto, pero «la presión te la pones tu mismo», matiza el turonés.

La selección española quedó eliminada al empatar con Siria («pudimos meterles un saco de goles», lamenta David), pero la aventura olímpica continuó. «Gracias a la acreditación pudimos vivir los Juegos como espectadores en primera línea», señala David, que con su compañero y amigo Joaquín no dio tregua al cuerpo. En el estadio Lenin vieron la entrada triunfal de Jordi Llopart, plata en marcha. Y en la villa olímpica reunieron un montón de vivencias y anécdotas.

«En la discoteca para los deportistas me presentaron a Romay. Al ir a darle la mano trastabillé. Cuando miré, me di cuenta de que había tropezado con sus pies», relata David divertido. Le quedó grabado de aquellos días de Moscú la convivencia entre deportistas de todo el mundo. «El ambiente era muy guapo. Allí no había razas, ni religiones. Me gustó todo. Disfruté como participante y como espectador».

También hubo tiempo para comprobar la rigurosidad del sistema soviético. Un intento de aprovecharse del cambio de moneda acabó con David, Joaquín y Juanito (defensa del Castilla y, posteriormente, del Oviedo) en comisaría: «Un policía nos dijo que teníamos que respetar las leyes de su país. Nos llevamos un buen susto, pero nada más salir ya estábamos otra vez cambiando dólares por rublos».

Antes de Moscú-80, Jorge David era un apasionado de los Juegos Olímpicos. Ha seguido todas las ediciones con el mismo entusiasmo: «Merece la pena de todas las maneras. Hay que disfrutar del momento. Lo veo todo por la tele». También tuvo la oportunidad de sentirse un poco protagonista en 1992, cuando le dieron la oportunidad de hacer un relevo de la antorcha de los Juegos de Barcelona, por los alrededores de Gijón.