Oviedo, Mario D. BRAÑA

En 1980, Corsino Fernández ganó un campeonato policial de tiro, al que llegó casi por casualidad. Cuatro años después era olímpico en Los Ángeles. Esa vertiginosa evolución no tuvo nada que ver con su predisposición para el tiro. Fue cuestión de perseverancia y de adelantarse a los tiempos, precarios, de este deporte en España. En Estados Unidos estuvo por debajo de sus expectativas -logró el puesto 27.º-, pero su ejemplo sirvió para dar un buen impulso al tiro olímpico en Asturias.

De chaval, Corsino Fernández practicó varios deportes y cuatro de ellos como federado: judo, atletismo y tiro con arco. Todos quedaron un poco al margen por su profesión, inspector de Policía, lo que a su vez le llevó al tiro olímpico: «Fue una coincidencia. Cuando estaba en la Comisaría de Langreo formamos un equipo de competición. No era un apasionado del tiro y sabía lo imprescindible. Para mí sorpresa, la fase regional me salió muy bien. A partir de ahí me entrené mucho y en el Nacional conseguí una puntación buenísima».

Ya metido en harina, Corsino Fernández se aplicó: «Estudié muchísimo la técnica, algo que apenas se hacía en España, y la evolución fue más rápida. Me informé hasta con libros franceses». Para llevar esos conocimientos a la práctica, Fernández también puso manos a la obra: «Fui uno de los fundadores del Club Principado, donde empecé a entrenarme todos los días y con un método». Los resultados no tardaron en llegar. En 1981 se convirtió en el primer asturiano campeón de España.

Como su título fue en una modalidad no olímpica (pistola fuego central), en 1982 aceptó el consejo de pasar a pistola libre, con la mirada puesta en Los Ángeles. Lo consiguió tras ganar otros dos campeonatos de España. Así, Corsino Fernández pudo cumplir un objetivo que para otros deportistas es inalcanzable. Lo disfrutó a tope: «Los Juegos del 84 fueron los primeros grandiosos, con presencia de firmas comerciales y despliegue de medios. Y fue el del gran salto en número de participantes, casi el doble que en Moscú».

Como funcionario del Estado, Corsino Fernández tuvo facilidades para preparar su participación olímpica. Por eso viajó hasta Los Ángeles con la razonable aspiración de quedar entre los veinte primeros sobre 64 participantes. No pudo pasar del 27.º: «Si hubiese estado en mis puntuaciones habituales, podría haber acabado entre el octavo y el décimo. Pero se dieron varias circunstancias. Sobre todo, que mi competición empezó a las diez de la mañana, al día siguiente de participar en la ceremonia inaugural, que acabó tardísimo».

Corsino Fernández no se arrepiente porque en el estadio olímpico vivió momentos inolvidables. «La emoción que se siente es indescriptible. El público norteamericano es muy ruidoso», señala el ovetense, que se sintió «un privilegiado como espectador: «Vi de todo. Desde la medalla de Abascal en 1.500 metros, hasta la final de baloncesto, pasando por la gimnasia, la esgrima y la natación sincronizada».

No hubo segunda oportunidad para Corsino Fernández. Los criterios de clasificación se endurecieron y el ovetense no logró plaza para Seúl-88. Dos años después, víctima de una lesión habitual en los tiradores (el conocido «codo del tenista») tuvo que colgar la pistola. Después, en Barcelona-92, unió los dos grandes vértices de su vida: entrenador del equipo de precisión y miembro de la central de seguridad de los Juegos.