Mónaco nunca ha sido uno de mis grandes premios preferidos. Un monoplaza de F1 es una máquina que no ha sido diseñada para correr por las calles de una ciudad. Adelantar en Montecarlo, principal atractivo de esta competición, es una temeridad. Un piloto puede pasarse perfectamente las casi dos horas de carrera pegado al alerón trasero de un monoplaza dos segundos más lento sin poder hacer nada por superarlo. Eso no es automovilismo. Por otro lado, la entrada en pista del safety car, casi obligada en esta prueba, puede dar al traste con toda la estrategia de un piloto y convertir el resultado en una cuestión de mera suerte. Luego está la seguridad. No entiendo que aquellos pilotos que se quejaron de cómo se actuó tras el accidente de Kovalainen en Montmeló se presten a disputar una carrera como la vista este fin de semana. Por estos motivos creo que la cita anual con el Principado poco o nada tiene que ver con el automovilismo deportivo y también por ello considero que Valencia y Singapur nunca debieron ser incorporados al Mundial. Las calles de Detroit, Dallas o Las Vegas fueron escenarios de GP en los ochenta, cuando Ecclestone estaba obsesionado con introducir la F1 en Estados Unidos. Pero todas esas carreras tuvieron una corta vida, y eso que hasta Detroit tenía su túnel pero no el suficiente glamour. Mónaco se mantiene en el calendario por lo que todos sabemos y no voy a redundar en ello. Y a falta de ingredientes atípicos, la lluvia, tan ansiada, se unió al cóctel para convertir la carrera en un espectáculo de coches de choque, alerones decapitados, ruedas sin dueño...

El fin de semana nos deja varias lecturas. El sábado, en seco, se confirmó que Renault sigue sin resolver sus problemas de tracción, entendiendo por tal la forma en que la potencia del motor se transmite a las ruedas. El R28 sigue siendo un monoplaza al que le cuesta salir, al que le cuesta recuperarse tras perder velocidad en una curva lenta.

Otra lectura es que debemos ir reconsiderando el presunto «idilio» entre Fernando Alonso y la lluvia. Si repasamos lo ocurrido en las cuatro últimas carreras disputadas bajo este elemento podemos concluir que Alonso se hizo con la victoria en una de ellas (Europa-07), Raikkonen en otra (China-07) y Hamilton en dos (Japón-07 y Mónaco-08). Pero es que por detrás de los vencedores nos encontramos con otros pilotos sin tanto renombre ni palmarés que siempre destacan en circunstancias adversas, como Webber y Vettel. Hasta Massa, del que oí decir que en lluvia no llegaba a dar una curva, hizo una digna carrera en Mónaco. En definitiva, el título de «Dios de la lluvia» en la actual F1 tiene muchos candidatos y Alonso fue víctima de la obligación auto-impuesta de hacer algo glorioso bajo ella. La carrera aún reservaba muchas sorpresas cuando el asturiano se precipitó sobre Heidfeld. Ignoro si el pinchazo que obligó al de BMW a apartarse poco después fue provocado por el accidente con Alonso; lo que sí sé es que Sutil, que llegó a ir cuarto a pocas vueltas del final, estaba por detrás del asturiano cuando ocurrieron los hechos. Resumiendo, Alonso pudo haber estado muy cerca del podio.

La última reflexión debe ir dirigida a Raikkonen. Cuando parecía que el finlandés comenzaba a conducir con la calculadora vuelve a cometer un error inexplicable e impropio de un campeón mundial. Como daños colaterales están la pérdida del liderato y otro más grave: privó a Sutil -el domingo también candidato a «Dios de la lluvia»- de un resultado excepcional para él y su equipo. Bien es cierto que este hecho ha puesto el Mundial al rojo vivo, con cuatro pilotos en un margen de seis puntos. Hace un mes la suerte parecía echada, Hamilton renunciaba al título por deméritos propios y hoy es líder del campeonato. Yo agradezco que vuelva la emoción.