Álvaro Faes

Nürburgring (Alemania)

Enviado especial de

LA NUEVA ESPAÑA

En la taquilla, una mujer de mediana edad se limita a pasar la tarjeta de crédito. «Disfruten», dice con tono rutinario después de marcar los 22 euros de rigor. Ni una pregunta más, ni un protocolo de seguridad, nada. De ahí, a la pista del viejo Nürburgring, 22 kilómetros eternos, un sube y baja sin fin, casi 170 curvas de todo tipo, muchas ciegas. Bienvenidos a Nordschleife, el infierno verde.

Entre los bosques de Eifel, 70 kilómetros al sur de Colonia, está uno de los santuarios del automovilismo. El mito, el drama y la historia se dan la mano junto al actual trazado de la Fórmula 1, donde este fin de semana se disputa el Gran Premio de Alemania. Alonso espera mejorar hoy en la sesión de clasificación, aunque sus tiempos de ayer, octavo en los libres, dejan en el aire la eterna incógnita de interpretar los tiempos de los viernes.

El antiguo circuito serpentea entre árboles centenarios. Ayer lloviznó por la mañana y el asfalto todavía estaba mojado a primera hora. Un rato más tarde, LA NUEVA ESPAÑA salía al ruedo, al circuito maldito. Una publicación alemana cifra en 135 las muertes que lleva a sus espaldas. El primer piloto de F1 fallecido fue el argentino Onofre Marimón, en 1954. La lista se completa con decenas de pilotos anónimos, locos de las válvulas que terminan estrellados por causa de su impericia o de un exceso de entusiasmo.

Una rudimentaria cafetería es la última parada antes de franquear la barrera definitiva. Queda descartado el alquiler del casco porque el trato es conducir despacio y devolver el coche íntegro. Nada de machadas. Pero la mayoría va con otras intenciones. A las pocas curvas, un Porsche 911 adelanta a más de 150 por hora en pleno viraje. Más tarde, un BMW aparece cruzado en la pista. Susto.

El dramático accidente de Niki Lauda acabó en 1976 con la Fórmula 1 en Nordschleife. El austriaco salvó la vida de milagro entre las llamas y ahí se acabó el infierno verde. Clausurado para la competición, ahora sólo alberga pruebas de resistencia y a los aficionados que se meten con sus propios coches. El circuito se desentiende de los accidentes. La grúa que retira a los golpeados termina su tarea cuando los deposita fuera del circuito. Luego cobra y se va.

Son frecuentes las intervenciones de los médicos. Ayer, un hombre hacía gestos desde la cuneta. Era un aviso. En una curva a la derecha, un motorista (también se aceptan en el circuito) yacía en el suelo tras golpearse contra la protección. La moto, destrozada, reposaba más adelante.

Héroes como Fangio, Ascari, Moss y Stewart forjaron su leyenda en el bosque de Eifel. Otros como Nuvolari y Caracciola abrieron el camino. Uno de los peraltes con estilo de velódromo lleva el nombre del segundo. Los llaman carruseles y son de quitar el hipo. El coche de LA NUEVA ESPAÑA trazó allí por fuera mientras un Mercedes con preparación AMG desafiaba a la gravedad por el desnivel.

Fernando Alonso ya sabe lo que es rodar allí. Este año renunció al ofrecimiento, pero hace dos rodó con un Mégane. «Me habría gustado competir allí, pero en la Fórmula 1 actual es inviable. No tiene ninguna seguridad», dijo ayer en rueda de prensa, justo antes de que sus colaboradores la cortasen cuando asomó el asunto Ferrari entre las preguntas. Aunque en Italia dan por hecho el fichaje, el presidente de Renault dio ayer un golpe sobre la mesa. «Por lo que a mí respecta, seguirá en Renault otra temporada», asegura Carlos Ghosn. Pero el piloto juega al engaño. «Ya no quiero tener suerte, prefiero guardarla para el año que viene», asegura. «¿Para correr dónde?», pregunta un avispado. Y la respuesta provoca risas: «En la Fórmula 1, por supuesto».