Mario D. BRAÑA

Cuando todo estaba preparado para la ruleta de los penaltis apareció Pedro para meter la quinta copa en las vitrinas del Barcelona. Estaba el equipo azulgrana con la lengua fuera, cansado de chocar contra el muro ucraniano durante 115 minutos, cuando saltó la chispa. Messi y Pedro conectaron al borde del área, dejaron con el molde a los centrales del Shaktar, y el pequeño canario mandó el balón a la esquina, pegado al poste izquierdo, donde no podía llegar Pyatov. Un gol que hacía justicia con el único equipo que buscó la Supercopa de principio a fin, un Barça que encuentra en casa la pegada que, de momento, no tienen Ibrahimovic y Henry.

El Barcelona de ayer no tuvo nada que ver con el de 2006, aquel que embriagado de gloria y del «glamour» de Mónaco fue zarandeado por el Sevilla (3-0). Guardiola y sus hombres cumplieron en ese sentido. Nada de complacencia, ni de exceso de confianza. Desde el primer momento aparecieron las señas de identidad que han caracterizado a este equipo: monopolio del balón, presión conjunta las pocas veces que lo tenía el rival y la vista siempre puesta en la portería contraria.

Pese a todo eso, el Barcelona del primer tiempo apenas inquietó al portero del Shakhtar. Tenía coartada. El equipo ucraniano se defendía muy bien, incluido un sobrio y contenido Chygrynskyy. Y el terreno de juego, pelado en algunas zonas e irregular siempre, era un enemigo más para el juego de alta precisión azulgrana. Hubo tres o cuatro chispazos de las estrellas, pero sólo dos remates con cierto peligro: un chut de Henry desde fuera del área cerca del larguero y un remate cruzado de Messi que Pyatov detuvo con bastante fortuna.

El Shakhtar pagó tanta aplicación defensiva con un balance atacante ridículo. No se vio por ninguna parte el espíritu atacante del que presume su entrenador, el rumano Mircea Lucescu. Tiene jugadores muy rápidos arriba, pero demasiado aislados para sorprender a dos centrales como Piqué y Puyol. Valdés fue un espectador más y sólo desentumeció los músculos para evitar un córner en un mal despeje del capitán barcelonista.

Xavi, marcado al hombre por todo el campo por Hübschman, se veía obligado a retrasarse mucho para entrar en contacto con el balón, alejándose de la zona de peligro. El Barça también echó de menos la conexión Messi-Alves, en parte por la tendencia del argentino a buscar zonas interiores. Los ucranianos contaron, además, con la complacencia arbitral, ya que De Bleeckere no señaló penalti cuando un integrante de la barrera desvió con el brazo sobre la cabeza un lanzamiento de falta de Messi.

En la segunda parte, el Barça dio otra vuelta de tuerca a su juego de ataque y el Shakhtar pasó por momentos delicados, que resolvió su portero como buenamente pudo. Especialmente en el minuto 73, cuando Messi y Henry le pusieron a prueba con dos remates envenenados. Lucescu consiguió frenar el arreón azulgrana con un doble cambio que se llevó más de dos minutos con la complacencia arbitral.

El Barcelona perdió tanta chispa que Guardiola lo vio claro. Sustituyó a un agotado Ibrahimovic por Pedro a falta de diez minutos y, en la primera parte de la prórroga, a un desacertado Henry por Bojan. Los dos chavales reactivaron el ataque y, de paso, liberaron a Messi, que tuvo más espacio para la jugada individual. Con los dos equipos muy justos de fuerzas, el partido se abrió y el Shakhtar encontró por fin una oportunidad. Aghahowa ganó la espalda a Alves y su remate lo sacó Valdés, invisible hasta entonces y decisivo una vez más.

La Supercopa iba a decidirse por penaltis cuando Pedro volvió a intentarlo por la izquierda. Encontró a Messi al borde del área y el argentino, con un toque sutil, le dejó en posición de remate. El canario, como tantas veces este verano, puso el balón donde quiso, en el rincón de la portería. Suficiente para que el Barça metiese la quinta.