Aunque su verdadera pasión es el ciclismo, a Mariano Rajoy (Santiago de Compostela, 27 de marzo de 1955) le hubiera gustado ser futbolista. Pero no uno cualquiera. Le hubiera encantado jugar de media punta y bajo uno de estos tres nombres: Kaká (Real Madrid), Cesc Fábregas (Arsenal) y Iniesta (Barcelona). Casi nada. Al menos así lo reconocía el pasado domingo en un entrevista en la que manifestaba su predilección por ese puesto, que otros bautizan como interior atacante, y que se resume con el tópico de «juego entre líneas», entre la delantera y la media. Vamos, entre los que generan el juego y los que lo remachan.

Una etiqueta que al líder del PP y candidato a la Moncloa, al repasar su trayectoria, le viene como anillo al dedo. Y este gallego criado en Pontevedra, deportivista declarado, ferviente hincha madridista -en su época de diputado tuvo que salir de San Siro tras un Inter-Real Madrid tumbado en el suelo del autocar para evitar las piedras de los «tifossi»-, lo sabe. Al menos así se lo confesó a «El Mundo». Debe ser porque nunca estuvo más cómodo en política que jugando en una segunda línea e incorporándose desde atrás para sorprender a la zaga rival. Ahora tiene que vérselas cara a cara con los delanteros rivales y encima evitar goles en propia meta.

Parece que tiene «morriña» de tiempos pretéritos, de aquéllos de los gobiernos del PP con José María Aznar. El ex presidente del Gobierno ejercía de ariete, mientras Rajoy trabajaba por atrás, con más o menos elegancia con la que puede jugar Iniesta, la espectacularidad de Kaká o el empuje de Fábregas. Rajoy conocía muy bien el puesto porque había desarrollado una función similar en sus tiempos en el Gobierno de la Xunta de Galicia bajo el ala de Manuel Fraga.

Como buen gallego y mediapunta era un maestro del regate en corto. Como a Kaká, lejos del estereotipo de jugador brasileño «chupón», a Rajoy le gustaba repartir juego. Así lo hizo durante buena parte de su trayectoria en el poder (1993-2006), con mando en plaza en ministerios como Administraciones Públicas, Interior, Educación y Cultura y Presidencia. Todo ello coronado con una etapa como vicepresidente primero. Fueron años en los que Rajoy jugaba a sus anchas y como Iniesta, participaba en los triunfos populares. La diferencia con el futbolista manchego es que éste, pieza vital en el Barça de Guardiola de los seis títulos, no se ha llevado ninguno de los grandes individuales («Balón de oro», FIFA World Player...). Y Rajoy, sí.

Porque durante años fue uno de los miembros del Gabinete de Aznar más valorados. Pero por mucha técnica que se tenga, el fútbol se acaba para todos. Las palmadas en la espalda se tornaron en puñetazos cuando le tocó lidiar con la crisis del «Prestige». «Salen como unos hilillos negros de plastilina», llegó a decir sobre los vertidos del petrolero ante las costas gallegas.

Su capacidad para bajar a recibir balones al centro del campo y distribuir juego le llevó a ser elegido director de la campaña electoral del partido en 2000 y a jugar a ser «fontanero». Con un pie tras el telón y otro sobre el escenario, Rajoy vio cómo el PP obtenía su primera y única mayoría absoluta en unas generales hasta la fecha.

Ya fuera del poder, Rajoy mostró su capacidad para moverse con rapidez ganando las espaldas de los rivales y robando carteras a los defensas a lo Iniesta, y llegar con fuerza y habilidad hasta el área a lo Fábregas, cuando se impuso por sorpresa en la carrera por la sucesión de Aznar en el PP. El tapado Rajoy se impuso a los favoritos Jaime Mayor Oreja y Rodrigo Rato. Dicen que fue elegido porque era el que menos aristas tenía de los tres. Algo en lo que coincide con sus tres ídolos futbolísticos: Iniesta escapa de la excentricidad del futbolista medio, ni piercings ni tatuajes adornan su cuerpo; Fábregas no levanta la voz cuando tiene que ver los partidos de la Roja desde el banquillo después de comandar domingo tras domingo al Arsenal; y Kaká, además de ser un ferviente creyente, no es de los que esconden la marca de colonia que usa para evitar que sus compañeros de vestuario utilicen la misma, tal como ocurrió en la primera etapa de Florentino Pérez y sus galácticos.

Aunque Rajoy es capaz de marcar algún gol de los importantes, tal como hizo este fin de semana con la foto ante la cola del paro que ilustró su entrevista para indignación del PSOE, sus mejores tardes las ha dado en su puesto preferido. Y así, de manera discreta, llegando desde atrás, sin hacer mucho ruido, Rajoy espera recuperar el poder, dejando que la crisis económica desgaste a Zapatero y los suyos. Todo ello siguiendo una de las máximas que Jorge Valdano defendía tiempo atrás y que decía que el puesto de mediapunta es el más cómodo del fútbol, porque jugando ahí ni se exigen goles, ni armar el juego, ni defender.