El mundo siempre necesitará democracia y extremo izquierda. El fútbol será siempre grande cuando ensamble las virtudes del fino estilista y el duro fajador. El juego será más brillante cuanto mejor sea el toque y, consecuentemente, mayor posesión de balón tengan los equipos. El partido, aun con excepciones, lo suele ganar quien más tiempo ha manejado la pelota. Es la virtud de la selección española y la fórmula con la que el Barcelona ha ganado seis títulos.

El sistema de juego ha sido a lo largo de la historia futbolística un camino hacia la perfección y a la conquista de la actitud solidaria de los jugadores. Desde que en España se implantó el juego, y pasó de las campas a los recintos cerrados, la evolución ha sido constante y la característica fundamental ha sido reducir el espacio de la distribución de los protagonistas.

De los dos defensas, tres medios y cinco delanteros se pasó a tres zagueros, dos medios y cinco atacantes. El siguiente cambio fue aumentar la defensa y reducir en un individuo la delantera. Actualmente suele haber nueve jugadores en un pañuelo y, a veces, diez. El equipo juega más junto, con menos espacios vacíos. Con ello se busca evitar los largos desplazamientos del balón porque para mantener su posesión lo más práctico es hacer lo que los argentinos llaman «cortita y al pie».

La primera gran revolución en el fútbol español llegó a partir de 1947, con la gira del San Lorenzo de Almagro. La primera virtud del fútbol sudamericano consistía en el «gambeteo» y San Lorenzo, además de ello, trajo el juego raso, lo contrario a la tradición española que tuvo su fundamento en el Reino Unido y su máxima representación en el fútbol vasco que tuvo como gran eslogan, y espíritu de la raza, el famoso grito de Amberes «a mí el pelotón Sabino que los arrollo». Los sudamericanos predicaron la consigna de quien debe correr es el balón y no el jugador. Ahora es inevitable, además, moverse sin descanso.

Hasta tiempos muy recientes en España se llevaban los delanteros tanque, los arietes prestos al remate de cabeza porque lo tradicional era bombear balones.

El fútbol nacional mejoró cuando alguien creyó que había que buscar el mejor sistema de juego, que consiste en tener el balón más que el contrario.

La posesión tiene la ventaja de que cansa al adversario que se vacía yendo detrás de la pelota. Por ello hay ocasiones en que los equipos de toque-toque encuentran la victoria en la segunda parte cuando los contrarios se han quedado sin fuelle.

El toque-toque proporciona al espectáculo más serenidad que el largo desplazamiento de balón al estilo inglés. Hay momentos en que el tuya-mía repetitivo, y sin rapidez en el avance, cansa al espectador. Quienes así juegan lo hacen a sabiendas de que en algún momento encontrarán el punto flaco del de enfrente.

El toque exige mayor calidad en los practicantes. Aunque el pase corto es más fácil que el largo, exige darlo al primer contacto. La gran virtud de este sistema de juego radica en la necesidad de atacar con rapidez. Si se entretiene mucho el balón en el centro del campo, además de correr el riesgo del hastío, permite al adversario parapetarse cerca de su área y hacer con ello más difícil el acercamiento a lugares de disparo.

El fútbol que practica la selección española requiere jugadores con parecidos conceptos balompédicos. El error de algunos entrenadores consiste en querer acercar ese juego a su equipo cuando no se dispone de futbolistas con calidad suficiente para ello.

Tal vez el gran defecto del fútbol de toque reside en el exceso de precauciones. Para no perder la pelota se abusa del pase atrás. Los entrenadores predican que no se debe rifar el balón y, por tanto, no enviarlo de patadón hacia delante. Sin embargo, cada día vemos cómo para mantener la posesión los defensas acaban mandándole el esférico al guardameta, quien a veces se ve apurado y frecuentemente ha de despejar como puede. No lo rifan los defensas y lo tiene que hacer el portero, el único que es especialista en el uso de las manos y no de los pies.