Avilés, M. B.

«En Miramar lo único que puede ver el público es a 22 jugadores luchando por mantenerse en pie y llevar el balón de la forma más rudimentaria a la portería contraria, no buen fútbol». Así de claro se mostraba ayer Samuel, capitán del Marino, que tiene que pelear, al igual que sus compañeros, cada quince días con el césped embarrado del campo luanquín.

«Cuando lo ves antes de jugar piensas que está bien, pero nada más entrar ya te hundes, es muy complicado mantener el equilibrio», explica el defensa marinista, para el que esta situación perjudica al fútbol: «En Miramar no gana el que mejor juego tiene, sino el que mejor se adapte al barro», sentencia el jugador del Marino.

La cuestión es que el desgaste del equipo luanquín es enorme, tanto físicamente como psicológicamente, ya que saben que cada vez que juegan en casa les toca sufrir: «Siempre decimos "a ver si mejora", y el campo sigue igual. Sólo nos queda esperar que el tiempo dé una tregua. Es lo que hay y tenemos que adaptarnos», comenta Samuel.

Hoy toca volver a luchar contra el rival y contra el barro: «Los dos equipos salimos perjudicados. Normalmente diría que gane el mejor, pero en nuestro campo eso es complicado», sentencia el defensa azulón.