Montmeló (Barcelona),

David ORIHUELA,

enviado especial de

LA NUEVA ESPAÑA

Los pilotos Mark Webber y Pedro de la Rosa hacen un aparte. Se esconden tras una torre de neumáticos en el lateral de uno de los camiones de Red Bull. Emilio Botín, presidente del Banco Santander, entra en uno de los «castillos» de Ferrari rodeado de personas del equipo. Un grupo de niños grita: «Alonso, Alonso» y el piloto asturiano, que acaba de terminar la segunda ronda de entrenamientos libres, les saluda de camino a las dependencias de la escudería. El ex campeón mundial de rallies Carlos Sainz es entrevistado por una televisión de Abu Dhabi mientras, al lado, un mecánico limpia neumáticos. De repente todo el mundo mira en la misma dirección. Los fotógrafos y los cámaras de televisión corren y Fernando Alonso intenta caminar. Es algo así como el «efecto mariposa» cuando el Circo de la F1 llega a Montmeló: si el ovetense se mueve, el mundo se acelera.

Son algunas de las cosas que ocurren estos días en el paddock del circuito barcelonés. Es la calle principal de la por unas horas capital del automovilismo, pero con entrada más que restringida.

Apenas 300 metros de calle en los que en vez de edificios hay gigantescos camiones convertidos en casas, salas de prensa, restaurantes, de todo un poco. Gigantescos e impolutos, los «motorhome» de los equipos brillan. No es raro ver a un tipo de Ferrari gamuza en mano limpiando el lateral de uno de los dos «castillos» que la firma italiana ha instalado en Montmeló. Los de Fernando Alonso no viajan habitualmente con esos dos «edificios» ya que las dimensiones y la complejidad del montaje sólo les permite trasladarlos por Europa. En cambio, Red Bull ha bajado el pistón para Barcelona. Su afamado «motorhome» es ahora más discreto pese a que tiene un bar más que interesante con capacidad para no menos de medio centenar de personas. Lo que ocurre es que su sede habitual, mucho más grande e historiada, la están montando ya en Mónaco para la semana que viene y, claro, era difícil traerse a Barcelona la piscina de la que disfrutarán sus invitados en el próxima parada del Circo (16 de mayo).

La estructura es fácil. El paddock es la calle mayor, entre los camiones se accede a los boxes y de ellos al pit lane, y lo siguiente es la recta de meta de la pista. Son tres calles paralelas cada una con sus «vecinos». En la pista los que mandan son los pilotos y sus coches, en torno a los cuales se mueve un ejército de ingenieros y mecánicos con sus monos multicolores. En realidad mandan en todas partes y son los protagonistas del invento. Pero en el paddock lo suyo es pasear, ver y ser visto, es lo importante. Se hacen negocios, se cierran acuerdos, se conoce a gente y se descansa del trabajo.

Lo primero que se encuentra el que accede al paddock del circuito de Cataluña es, a la derecha, el autobús de Bernie Ecclestone, el mandamás de todo esto. Una cosa bastante modesta la del patrón de la Fórmula 1 si se compara con todo lo que viene después. Sólo hay que mirar a la izquierda y encontrarse con la elegancia de los autobuses de la Federación Internacional (FIA) que ahora preside Jean Todt.

Luego todo son colores, los de las escuderías. Y por mucho que esto se base en unos motores que necesitan gasolina y aceite, todo está impoluto en los garajes. Hasta el mecánico que limpia con papel las llantas de los bólidos de Toro Rosso después de dos rondas de entrenamientos tiene las manos impecables. Será que las ruedas no estaban muy sucias.

Los niños que gritan «Alonso, Alonso» logran un saludo del asturiano, que se mete en su «castillo» para ofrecer una rueda de prensa tras la jornada de trabajo. Son las seis de la tarde y todo empieza a tranquilizarse. Mañana, a primera hora, la calle mayor de Montmeló tendrá ya más vecinos.