El Sporting sigue en Primera. Ayer dio el último paso hacia una permanencia que parecía segura hace muchas jornadas y que solo se materializó agónicamente en la penúltima. Con un paso corto, porque el equipo no está para más. Pero un paso suficiente, que rentabiliza la renta anterior, tanto la remota como la próxima, de dos empates (el de ayer fue el tercero consecutivo) porque la victoria, sea contra quien sea, parece ahora mismo lejos de su alcance. El equipo termina la temporada hecho una ruina, pero ayer tuvo la suerte de que los elementos a que debía enfrentarse eran benévolos. No se quiere decir que el Atlético de Madrid entregara el partido, pero sí que lo afrontó sin sus titulares más temibles y, sobre todo, sin tensión competitiva.

El Sporting aparentó al principio del partido que, a diferencia de sus penosas actuaciones contra el Xerez, el Tenerife y el Valladolid, sí estaba dispuesto a sobreponerse a sus carencias físicas y de juego. No se encerró en su parcela y trató de imponerse. Pero el arreón le duró poco y en seguida derivó hacia el equipo impotente de los últimos partidos en casa. Al final del primer tiempo parecía haberse roto el puente emocional entre el equipo y su siempre entregada afición. El una vez más atestado Molinón enmudecía. No era para menos. El Sporting no había conseguido tirar a puerta una sola vez, siquiera fuese para comprobar como respondía el tercer portero del Atlético, Joel, que había sustituido al lesionado Asenjo.

El equipo tal vez quería, pero no podía. Falla sin duda la condición física, pero los problemas del equipo en el final de Liga obedecen también a algo más: no tiene soporte táctico ni sistema de juego en que ampararse. El Sporting no tiene capacidad para imponerse ni tampoco para resistir sin agobios. El ya más que conocido «modelo Preciado» parece despreciar el juego trabado y los apoyos y lo confía todo a la presión en campo contrario y alternativamente a la eficacia del contragolpe. Ni para lo uno ni para lo otro hay ahora energías. Jugadores fundamentales, como Diego Castro, están fundidos. Y en el centro del campo no hay quien llene los vacíos, por más que lo intente un Rivera también disminuido. Diego Camacho es un elegante acompañante, que apenas resta un balón. Un vacío que es un lujo para un equipo tan en precario.

Al Sporting lo salvaron ayer de un posible desastre los pocos jugadores que sobreviven al decaimiento general. Así Gregory, que es todo un carácter y es un jugador que transmite. Así Bilic, que ayer jugó un partido tan abnegado como eficaz. Así Lora, que tiene energía y atrevimiento para jugar en cualquier sitio. Y De las Cuevas, que asumió, con potencia y calidad, el riesgo de la jugada individual en las pocas ocasiones en que tuvo la oportunidad de hacerlo. El resto puso voluntad, sin duda. Y oficio en algún caso especial. El que tiene siempre Rivera, por ejemplo, que vive todos los minutos y es capaz de darle un empujón a Carmelo en el minuto 87 para que corra a evitar que el Atlético saque una falta tranquilamente. Pero quizá no hubiera bastado para sumar, como necesitaba el Sporting, aunque fuera un punto.

Lora estuvo a punto de marcar al comienzo del segundo tiempo. Y él llevó en el minuto 56 el contragolpe del milagro, pues no otra cosa parece necesaria para que el Sporting actual marque un gol. Fue un a jugada sintomática, pues cuando Lora arrancó desde su campo, tras un córner lanzado por el Atlético, su equipo pareció renuente a seguirle. Pero él tuvo fe y siguió para adelante, con lo que acabó arrastrando a algunos de sus compañeros. Entre ellos De las Cuevas, que se metió por el centro para recibir el pase de Lora y definir con calidad.

El gol debió ser decisivo, pero no lo fue, porque al Sporting le faltó capacidad para mandar en el partido y permitió al Atlético controlar el juego, con más oficio que ambición, de lo que fue ejemplo Jurado, que se alejó del área para buscar zonas menos comprometidas. Sólo se metió en ella en el tiempo de prolongación y estuvo a punto de provocar un desaguisado. Pero Iván Hernández hizo entonces un quite providencial.

Al final, alcanzado el objetivo, el Sporting lo celebró desde el centro del campo, como era lógico. A la celebración se sumó su entrenador. El gesto hubiera sido perfecto si al aplauso con el que correspondieron al de la afición hubieran podido añadir algún gesto de contrición por someterla, año tras año, a semejantes agobios.