Oviedo, N. L.

A la hora de la verdad, próximo al adiós, Guti se humanizó. El futbolista al que parecía resbalarle todo, ajeno a cualquier cosa que no fuese su maestría con el balón, enseñó al mundo un rictus de melancolía. El sábado, sobre las once de la noche, se despedía del Santiago Bernabeu, su segunda casa desde hace quince años. Devolvió a la grada los aplausos y, tras retirarse al vestuario, volvió para regalar dos camisetas a los hinchas del fondo sur. De alguna forma, el «14» se queda en el Bernabeu.

José María Gutiérrez, Guti, lleva 24 de sus 33 años en el Real Madrid, los últimos quince en el primer equipo. Ha sobrevivido a un puñado de entrenadores y a las situaciones más críticas del club. Sus altibajos se hicieron célebres, por lo que pasaba en cuestión de minutos de la gloria al infierno. Su escasa predisposición al sacrificio le mantuvo en el punto de mira de los guardianes del espíritu madridista, que entronizó a jugadores como Pirri, Camacho o Juanito. En 2006, recién llegado a la presidencia, Ramón Calderón dejó una definición de Guti para la historia: «La eterna promesa».

Guti estuvo más de una vez más fuera que dentro del Madrid, pero al final siempre había algo que le retenía. Sin ir más lejos, el pasado verano atendió a los consejos de Jorge Valdano, el entrenador con el que dio el salto profesional. Cansado de una difícil relación con Juande Ramos, Guti ya se había buscado la vida lejos de la Liga española. Valdano le aseguró que Pellegrini contaba con él. Se quedó y, como siempre, deja un testimonio de luces y sombras.

Guti fue la imagen de la eliminación en la Copa frente al Alcorcón. Se enfrentó a Pellegrini en el descanso, cuando el técnico decidió sustituirlo, y tardó dos meses en volver a jugar. Llegó a tiempo para dejar unas gotas de su mejor repertorio, sobre todo pases de gol, como el taconazo que se inventó en Riazor, cuando estaba mano a mano con Aranzubía, para mayor gloria de Benzema. Destellos que, en cualquier caso, no han variado su intención de marcharse a conocer otros países y otro fútbol.

La gente del Bernabeu, ajena a los desencuentros de los últimos quince años, e incluso a la desilusión por un título de Liga que se escurría de las manos al Real Madrid, empezó a corear en el minuto 88 el «Guti, alé, Guti alé». Como Pellegrini ya había agotado el cupo de cambios, el centrocampista no pudo despedirse como es habitual en estos casos. Así que, finalizado el partido, desde el centro del campo respondió a los aplausos de la afición madridista. Tras unos minutos en el vestuario volvió al campo con las dos camisetas que utilizó el sábado y se dirigió al fondo sur para regalarlas. Su próximo destino podría ser Turquía.