Gijón, Nacho AZPARREN

Como todo buen relato, éste tiene un punto de partida -el 20 de julio- y unos protagonistas definidos -Preciado y los 32 jugadores que iniciaron la pretemporada-. Mareo sirve para describir el escenario inicial, donde jugadores y técnicos se vieron las caras por primera vez en la presente temporada. Los jugadores llegaron a las 8:30 a las instalaciones para desayunar y, posteriormente, desentumecer los músculos, atrofiados entre tanto descanso y sol veraniego.

Han pasado casi 10 meses desde entonces y las luces y las sombras se han sucedido con predominio de las primeras, en una temporada que deja un saldo final más que favorable con la consiguiente dosis de sufrimiento propio del equipo rojiblanco en las últimas campañas. Alejarse del dramatismo hubiera dejado desorientado a más de un aficionado. Pero lo que parece evidente es que, si aquella mañana de julio, entre los cruasanes, cereales y zumos se hubiera sugerido a los jugadores la posibilidad de alcanzar la última jornada de Liga con la salvación en el bolsillo, todos hubieran firmado sin pestañear. Puede que incluso a alguno se le hubiera atragantado el desayuno de la emoción.

Comienzo de vértigo

Se suele decir que la Liga es una carrera de fondo, en la que la regularidad es la virtud más valorada. Como en toda competición de atletismo, para comenzar con buen pie uno debe asegurarse una óptima posición inicial, para evitar gastar fuerzas en empujones y luchas innecesarias desde el pistoletazo de salida.

El Sporting se encontró pronto con su primer obstáculo: su carrera comenzaba con una cuesta imponente, un frontón imposible de superar. Los caprichos del calendario hicieron que los de Preciado tuvieran que visitar el Camp Nou en la primera fecha del campeonato, en la nada futbolística jornada de lunes. La derrota por tres a cero escoció más de lo que debería, al menos analizando el posterior camino de los de Guardiola en la Liga.

Equipo revelación

Pronto se acabarían con los malos augurios del comienzo de campaña anterior. En esta ocasión el calendario no se cebó con el equipo y las visitas de Almería, Zaragoza y Mallorca presentaban a El Molinón en sociedad como la base en la que sostener la permanencia este año. Atrás quedaban los tiempos en los que acudir al feudo gijonés suponía para los rivales un alivio en su cargada agenda. La victoria el 18 de octubre en San Mamés, Catedral del fútbol, desataba la euforia hasta en las mentes más pesimistas. Fue entonces cuando el nombre de De las Cuevas empezó a abrirse un hueco en el panorama nacional. La seguridad defensiva era la novedad más notable en el prometedor inicio de campaña y buena parte de los méritos recaían en Juan Pablo. Sus actuaciones en la octava jornada ante el Real Madrid en la versión 2.0 de Florentino Pérez le hicieron ganarse sus primeras portadas.

Junto al leonés, Botía y Gregory, la extraña pareja, pasaban en un par de meses de excitados debutantes a expertos zagueros con nervios de acero. El equipo funcionaba con la precisión de un reloj suizo y los jugadores, con cierta tendencia masoquista, parecían disfrutar con el sufrimiento de defender con uñas y dientes las exiguas ventajas que lograba en el marcador.

El primer bajón

Alcanzado el mes de diciembre, los de Preciado discutían al Mallorca el título honorífico de equipo revelación de la Liga. El Sporting acumulaba siete jornadas sin perder y marchaba 7º en la clasificación, aunque la palabra Europa fue rápidamente borrada del diccionario rojiblanco por indicación expresa de Preciado, perro viejo en estos menesteres. Entonces llegó el frío mes de diciembre y con él el primer bajón, que se alargó más de lo esperado. Durante dos meses, entre el 6 de diciembre y 7 de febrero con más exactitud, los rojiblancos sumaron 4 puntos sobre 36 posibles y el famoso colchón respecto a los puestos de descenso menguó de los 13 a los 6 puntos.

Pero el Sporting supo reaccionar. Al valioso empate ante el Valencia de Villa le siguieron dos victorias trascendentales. En la Romareda se pudo comprobar que el contraataque seguía siendo uno de las armas más productivas para Preciado y ante Osasuna se constató que la fe puede mover montañas.

Caída en picado

Marzo siguió su curso natural con un poco de todo, como en los menús más variados, hasta que se alcanzó el punto de inflexión de la temporada: el partido contra el Deportivo de la Coruña. Aquel 23 de marzo, cuando Diego Castro batía al ex sportinguista Manu desde el punto de penalti en el último suspiro, pocos podían vaticinar el desenlace posterior. Se ha intentado explicar desde diferentes vertientes: la física - las piernas no funcionaban-, la psicológica -demasiada presión-, la afectiva -exceso de responsabilidad ante el amor desmesurado de la afición- o la tradicional -el Sporting no entiende un final de campaña sin algo en juego-. Lo único plausible es que el equipo entró en barrena. Las inesperadas derrotas ante Tenerife y Valladolid y el empate ante el Xerez sirvieron como colofón a una demoledora racha en abril: dos puntos en seis encuentros. El Sporting se topó con uno de sus mayores miedos cuando confirmó que se jugaría la permanencia lejos de El Molinón.

Un final feliz

Pero como en los relatos más taquilleros, éste también tiene un final feliz. Los empates ante Málaga, Getafe y Atlético han funcionado como parche al colchón acumulado durante los meses previos. La última cita en Santander se presenta como un agradable viaje de ocio para una expedición en estado de euforia tras quitarse un enorme peso de encima. Por vez primera en tres años, el aficionado sportinguista se sentará el fin de semana ante el televisor y podrá degustar su cerveza con total relajación viendo cómo cinco equipos intentan huir de la quema. Por una vez, al Sporting le toca disfrutar.