La calculadora que Fernando Alonso tiene en la cabeza nunca deja de funcionar. Ni en los días de vino y rosas se da tregua; no pierde el tiempo dormido en los laureles y siempre pide más. Ya sea al coche, al equipo o a sí mismo. Feliz por el regalo que le dejó Hamilton a la puerta del motorhome, no le había quitado todavía el lazo cuando reclamó un esfuerzo extra. «Este podio no vale de nada si ahora me paso tres carreras sin volver a él. Necesito cuatro o cinco seguidos para engancharme a la lucha por el campeonato». Lo dice un tipo que ahora es segundo a tres puntos del líder, el inglés Button (McLaren), un suspiro con el nuevo sistema de recompensas.

Desde la sala de prensa de Montmeló, todavía con el mono rojo puesto, sudoroso con la gorra del equipo, envió un mensaje directo a Maranello, un golpecito en la espalda para el esfuerzo extra desde la fábrica. «Tenemos un plan de mejoras muy agresivo y soy optimista. Por eso creo que seguiremos acercándonos a los Red Bull», contó. Que tomen nota en la fábrica roja. Su piloto no se va a rendir, pero ellos tienen que darlo todo. «Lo han hecho todo el fin de semana. El equipo se ha esforzado al máximo y hemos conseguido un gran resultado».

Feliz por haber logrado lo que parecía imposible ante el dominio de Red Bull, a Fernando Alonso le queda la pena de no haber ganado en casa. No lo hace desde 2006, el año en el que logró su segundo título. «Se lo ofrezco a la afición. Es todo lo que les puedo dar, un segundo puesto, no tengo más. Espero ganar la próxima vez que corra en casa, en Valencia».

Salió del coche el asturiano tras su inesperado éxito y se subió al morro. Agitó los brazos, saludó y agradeció el apoyo incondicional de todo el fin de semana. Sólo unos metros más allá, en la tribuna principal, un chaval saltaba como si le hubiese tocado la lotería. Había atrapado el casco de Webber. El australiano, poseído tras la victoria, salió del parque cerrado, cruzó la pista y lo lanzó a la multitud. La enajenación del triunfador.

Alonso se lo tomaban con más calma. «Me voy muy contento, con buen sabor de boca por haberme encontrado de regalo dos puestos inesperados», dijo.

El F10 falla en algunas cosas. Los circuitos que exigen mucha carga son un suplicio. Barcelona, Mónaco y Hungría son el ejemplo. «Lo importante es que tenemos un coche que puede luchar por el campeonato. Sabemos qué es lo que necesita, y casi todo son mejoras aerodinámicas», reconoció.

El sábado eléctrico de Red Bull había enfriado un poco los ánimos en el circuito. Quien más y quien menos quiere ver ganar al chico de casa, que Alonso brille vestido de Ferrari. Las tribunas eran una gran mancha roja, salvo la N, ocupada por la fiel marea azul. De ellos se acordó cuando antes de la carrera se subió a un imponente coche clásico para el paseíllo de pilotos. «Ha sido un fin de semana muy emocionante por todo el apoyo que sentí desde el principio, ya desde que puede saludar a la afición antes de correr». La asistencia (98.000 aficionados) mejora a lo de hace un año, pero la tribuna principal tenía alguna que otra calva. En taquilla se recogieron más billetes de pelouse. Los baratos tuvieron mejor salida porque la crisis sigue apretando. Quizá por eso el ambiente previo a la salida no era la caldera de otras ocasiones. Necesitaron a su piloto para calentarse. Y cuando llegó segundo, estallaron. «¡Alooooonsoooo, Aloooonsooo!». Desde el podio, el asturiano, orgulloso, devolvía el saludo.