Oviedo,

Celso A. SANJULIÁN

Jorge Egocheaga ya está de vuelta en Asturias tras culminar su nueva expedición, en este caso al Annapurna, cumbre que es la undécima de los ochomiles en su carrera. Esta conquista ha quedado entristecida por el fallecimiento de Tolo Calafat, que no pudo realizar con éxito el descenso tras haber hecho asimismo cumbre.

La muerte del mallorquín Calafat ha dejado vivamente impresionado al médico y montañero ovetense. Su fortaleza física y mental está fuera de toda duda, pero esta vez, como él mismo indica, ha sido demasiado. Jorge fue angustiosamente reclamado por Tolo para que acudiera a sacarlo del infierno del Annapurna; «y yo lo intenté, pero no pudo ser; ni siquiera el recurso de un helicóptero bastó, porque se ponía en peligro la vida de los pilotos y la mía», dice el asturiano, que estaba dispuesto a desprenderse con medicinas y oxígeno sujetado por un cable. Una maniobra de lo más arriesgada debido a que las turbulencias impedían la sustentación del aparato, pero que además «hubiera sido inútil, porque el cuerpo de Tolo ya estaba para entonces ilocalizable a causa de la nieve que le cubría», explica.

Señala que físicamente volvió con más secuelas del Dhaulagiri, un coloso que subió en 2007 y en el que pagó el peaje de unas congelaciones que precisaron de la amputación parcial de un dedo del pie derecho. Pero lo de ahora ha sido distinto, porque, como también dice Jorge, «en el Annapurna percibes más que en ningún otro sitio el peligro».

En el caso de su expedición, que incluía al zamorano Martín Ramos, recibieron un primer aviso cuando un montañero catalán quedó fuera de combate a causa del desprendimiento de un bloque de hielo. Acerca de este percance, Jorge resalta que «el Annapurna es una montaña distinta, con una sucesión de glaciares de los que con frecuencia caen enormes seracs (placas de hielo) que pueden resultar mortales. Su ascensión es particularmente expuesta, no puedes ir por aristas y tienes que jugártela al paso por esos glaciares».

El ovetense le tenía ganas a esta montaña, donde hace ahora dos años perdió la visa uno de sus mejores amigos, el navarro Iñaki Ochoa de Olza. Por eso, aunque su éxito tuviera el regusto amargo de la añadida pérdida de Tolo, el asturiano cumplió con la ofrenda que le había prometido a Iñaki. Rodeó el monte hasta su cara sur y allí, frente por frente de donde aún reposa el cuerpo del navarro a 7.400 metros de altitud, «deposité un ramo de flores».

Pero las penalidades de su propia ascensión y las derivadas del fallido rescate de Tolo no eran todo lo que le tenía reservado el Annapurna. Exhausto después de tantas pruebas al límite, resulta que al descender de la montaña se encuentra con que en el Nepal se ha convocado una huelga general. «Y fue masivamente secundada», dice el ovetense, que no pudo encontrar ni un solo medio de locomoción para trasladarse a Pokhara, en la ruta hacia Katmandú. Así que junto a Martín Ramos tuvo que cubrir a pie unos 200 kilómetros, «en los que invertimos cinco días».

Una auténtica odisea, en suma, la que Egocheaga ha debido padecer en el Annapurna, el undécimo ochomil que tiene su huella en la cumbre. Lo ha pasado mal, pero puede darse por contento de haber salido con bien de una montaña que, siendo la décima en altitud (8.091 metros), es la primera en mortandad. De hecho, sólo 170 deportistas han podido subirla, frente a los más de 4.000 que han hecho cumbre en el Everest. Una prueba muy difícil que el mejor montañero asturiano ya ha superado.