Se acaba la Liga del monólogo en estéreo de Barça y Madrid. ¿Qué hemos aprendido? Que podemos divertirnos mucho con muy poca cosa. Porque convendrán conmigo en que estar un montón de jornadas pendientes de si algún equipo logra empatar con el Barça o con el Madrid (de ganar, ni hablamos) es muy poca cosa. Pero así es la Liga española. Un monólogo en estéreo, una tiranía con dos cabezas, una diarquía, un duunvirato, una aristocracia con el menor número posible de miembros, una oligarquía imperfecta. Un aburrimiento entretenidísimo. Y más vale que nos guste, porque esto no acaba aquí.

En la película «El guerrero número 13», el árabe Ibn Falán (interpretado por Antonio Banderas) desciende por el Volga hasta el Báltico para ayudar a unos vikingos en su lucha contra una espeluznante tribu de devoradores de cadáveres. Ibn Falán no entiende una palabra de la lengua de los hombres del Norte, pero aprende a fuerza de escucharles todas las noches mientras hablan al calor del fuego. Bravo por Ibn Falán, pero una cosa es aprender la endiablada lengua vikinga escuchando hablar a los vikingos, y otra aprender a jugar al fútbol como el Barça o convertirse en una máquina de ganar (y remontar partidos) como el Madrid viendo jugar a Messi, Ronaldo y compañía. Es más fácil aprender chino escuchando hablar a un chino que jugar como Messi viendo jugar a Messi. Pero también es mucho más fácil decir cómo debe jugar Messi que jugar como Messi. Dicho de otra forma, Ibn Falán sería antes un entrenador como Guardiola o Pellegrini que un futbolista como Messi o Ronaldo. Eso significa que los aficionados al fútbol podemos aspirar a dar lecciones de táctica y estrategia a Guardiola o Pellegrini, pero nunca seremos capaces de hacer en el terreno de juego lo que hacen Messi y Ronaldo. ¿Están de acuerdo, o piensan como Alcibíades, el gran estadista y general ateniense?

El pequeño Alcibíades fue a la escuela de un maestro de primeras letras y le pidió algún libro de Homero. El maestro le dijo que tenía uno, pero enmendado por él; y entonces Alcibíades contestó: «¿Cómo enseñas las primeras letras? ¿Siendo capaz de enmendar a Homero, por qué no educas a los jóvenes?». Si Ibn Falán es un árabe que viaja por el Volga y usted y yo dos aficionados sin título, ¿cómo nos atrevemos a enmendar a Guardiola o Pellegrini? Si ni siquiera somos capaces de enseñar las primeras letras del fútbol, ¿con qué autoridad podemos decir que Guardiola se equivocó en el partido de vuelta de la semifinal de la Liga de Campeones contra el Inter, o que Pellegrini no ha sabido sacar partido a Kaká y Benzema? Es que el fútbol y la poesía son así. Enmendar a Homero está chupado. Tan chupado como criticar a Guardiola o poner a parir a Pellegrini. Otra cosa es enmendar a Einstein, claro. Otra cosa es criticar a un premio Nobel de Química o poner a parir las fórmulas del último ganador de la Medalla Fields concedida por la Unión Matemática Internacional. Por suerte, tipos listos como Guardiola o Pellegrini entienden de qué va esto y se dejan criticar, poner a parir, ensalzar, hundir, poner en un altar o ser condenados al infierno sin enfadarse mucho. Guardiola y Pellegrini saben que un entrenador y Homero pueden ser enmendados por maestros de primeras letras y por aficionados sin título sin que se hundan el fútbol y la poesía.

Otra cosa es Javier Clemente, entrenador del Valladolid y personaje de la semana gracias a que su equipo se la juega en el Camp Nou. Clemente es el ideólogo del «patapumparriba» y una especie de Alcibíades capaz de entrenar a Atenas, a Esparta o al equipo del sátrapa persa Tisafernes sin perder la chulería (por algo Clemente estuvo a punto de ser seleccionador de Irán). Como Clemente considera que nadie está a su altura, cree que nadie puede enmendar sus tácticas. Hay entrenadores que se creen Einstein, premios Nobel de Química o ganadores de la Medalla Fields, y entonces el fútbol deja de tener gracia. Clemente no es un Homero cualquiera. Por favor. Guardiola, en cambio, siempre tan prudente y humilde, sólo aspira a escribir la «Odisea» y entiende que un árabe que no domina el lenguaje de los hombres del Norte y unos aficionados que sólo ven el fútbol desde la grada o el sofá se dediquen a enmendar sus versos. El fútbol, así, sí tiene gracia.

Barça o Madrid, Guardiola o Pellegrini, no ganarán la Liga. El perdedor debe prepararse para sentirse como Homero en manos de un maestro de primeras letras.