Apenas cuatro horas separan dos de las imágenes del día. Mourinho alzaba los brazos con su habitual gesto serio, impávido, en Siena tras conquistar su segundo scudetto consecutivo con el Inter. Más tarde, Pellegrini abandonaba la Rosaleda cabizbajo, consciente de que había desperdiciado la última bala para convertir el nuevo proyecto de Florentino Pérez en una máquina de ganar. Sirva la mención al técnico portugués como ejemplo del barullo mediático al que ha tenido que enfrentarse Pellegrini a lo largo de la temporada.

Desde que se hiciera cargo del club en julio comenzaron los reproches. El chileno constató desde el primer momento que no sólo se enfrentaría cada domingo a un rival sobre el terreno de juego, sino que debería librar una batalla diaria para convencer a sus detractores de que el banquillo merengue no le quedaba demasiado grande. Y entre sus más fervientes críticos siempre se ha señalado a Florentino Pérez, que nunca ha salido a la palestra a defender a su técnico.

El máximo dignatario blanco es, al final, el gran responsable de la temporada del Madrid, para bien y para mal. A él le corresponde el honor de volver a recuperar el orgullo del madridismo herido por cada título del Barcelona de Guardiola. Lo hizo a golpe de talonario, la fórmula favorita del presidente blanco para solucionar los problemas. El cambio de cara fue de tal calado que en pleno verano apenas se hablaba de la recientes gestas de los azulgrana y sí del lujo que aterrizaba en el Berbabeu. Claro que Florentino también tuvo tiempo para equivocarse. Lo hizo desprendiéndose de dos piezas importante como Robben y Sneijder. Ahora, al calor de los resultados, se agiganta el error del presidente.

El Madrid tardó en arrancar pero su juego fue entonándose a medida que la influencia de Xabi Alonso se hacía más notable. Pero si hay algo que no se le puede achacar al equipo merengue fue su afán ganador. El mismo tesón que le hizo ganar partidos cuando al comienzo de campaña el juego no era fluido, que le hizo superar a base de goleadas la lesión de Cristiano Ronaldo en octubre y noviembre o que le ha mantenido en esta titánica lucha hasta el último día de competición contra un Barça demoledor. Quizás fue Juanma Lillo el que mejor ha descrito las diferencias entre los dos grandes de la Liga. «El Madrid juega a golearte y el Barça te golea mientras juega», fueron sus palabras, sin que tengan que interpretarse necesariamente como una crítica al juego madridista. La verticalidad y el hambre de portería han sido las dos notas dominantes en la temporada blanca.

Pero en un club de la trascendencia mediática del Real Madrid todo análisis se ciñe en última instancia a los resultados. El ridículo de Alcorcón y la temprana eliminación en la Liga de Campeones pusieron al club al borde del enésimo colapso nervioso, pero la buena marcha en la competición doméstica detuvo el temporal. Ahora, con la impresionante e infructuosa marca de 96 puntos, el Madrid vuelve a plantearse su futuro más inmediato.

Minutos después de conquistar la Liga italiana, Mourinho fue claro: «Estoy muy lejos del Real Madrid». Unas palabras que cerrarían debates en cualquier sede, pero no en Concha Espina. Ahora el club blanco se debate entre dar continuidad al proyecto o buscar un nuevo bandazo en busca del éxito inmediato. Los defensores de ambas alternativas se cargan de razones en su defensa pero al final la decisión le corresponderá única y exclusivamente a Florentino Pérez. Siempre ha sido así.

Cristiano Ronaldo. El luso tenía mucho que perder y poco que ganar en una temporada complicada para cualquier futbolista, la de su adaptación a una nueva liga. Al final se ha llevado el mejor piropo al que podía esperar, el de catalogar su fichaje como barato. El éxito de un jugador no sólo ha de medirse por la fría estadística, también ha de valorarse al calor de las sensaciones, y ése ha sido el gran triunfo de Cristiano Ronaldo. Su adaptación a la idiosincrasia del Real Madrid ha sido tal que parece que hubiera nacido con la zamarra blanca ceñida al cuerpo. Su hambre de victoria ha mantenido vivo el sueño blanco.

Kaka y Benzema. El primero llegó con la tarea de hacer funcionar la maquinaria madridista, mientras que al segundo se le asignó el rol goleador. Su comparación con ídolos de la talla de Zidane y Ronaldo fue la primera piedra en su duro camino. Las lesiones pueden servir como atenuantes en su juicio pero la nota final no alcanza el aprobado. Kaka ha sido engullido por el terremoto Ronaldo mientras que a Benzema le ha ocurrido algo similar con Higuaín. El francés insinúa pero no confirma, amaga pero no golpea. Al igual que Kaka, aún se le espera por el Bernabeu.