Si algo puede definir esta Liga recién terminada es la desigualdad. Nunca hasta ahora se había producido una mayor diferencia entre los dos primeros y quienes les siguen en la clasificación, por eso la barrera de los ¡30 puntos! establecida respecto al tercero es una barbaridad, un abismo, otro mundo. Por lo tanto, no vale, a mi juicio, el balance del Campeonato como Liga récord -y menos denominarla la mejor Liga del mundo- que hacen algunos analistas deportivos, porque esa marca de puntos, absoluta en el torneo y parcial en la trayectoria del Barcelona y del Real Madrid, lo que evidencia es el alejamiento y la fortaleza de las «prima donnas» y la debilidad y la mengua del resto del reparto. La rivalidad no puede limitarse a dos y apuntalarse en el desequilibrio, la impotencia, la falta de fuelle y competitividad de los demás. La espera hasta el último partido para haber decidido al campeón, al cuarto clasificado, a los de la Europa League y los descensos maquillan un poco el resultado.

En cuanto a los méritos deportivos, al final se ha hecho justicia al juego, al buen juego, a la regularidad y al poderío del Barcelona, manifestado especialmente cuando las circunstancias lo requerían: los enfrentamientos directos con el Real Madrid y el penúltimo pulso con el Sevilla. Los blancos se han mostrado como los reyes de la pegada, pero también, a veces, como los del bostezo, la discontinuidad y el chirrido de una maquinaria a la que faltan algunas piezas por engranar y que ha dado notables petardazos. En el plano individual Messi se lleva la palma y el podio entre los mejores. A la fuerza y ambición de Cristiano Ronaldo, superlativas, les sobran personalismo y adornos de salón. Y reparando también en las decepciones, mayúsculas, ruinosas han sido las de Kaká e Ibrahimovich. El primero no sé si tiene alguna justificación en su persistente pubalgia. Al segundo le han adelantado por la derecha hasta los chicos de la cantera.

Y cuando muchos creían que el Campeonato terminaba y llegaba la tregua deportiva, resulta que se anuncian ahora tempestades -algunos las esperábamos- en la organización de los clubes, es decir, en la Liga de Fútbol Profesional (LFP) y, de rebote, en la Federación Española (FEF). Los diez más importantes de la Liga se declaran en rebeldía. Se reúnen por separado en una Junta de División y le dan la espalda a la Asamblea Extraordinaria, que tenía como asunto más destacado el estudio de un nuevo reparto de los derechos de televisión, es decir, una vuelta al racional sistema de reparto que realizaba la propia Liga y que rompieron los grandes con ¡asómbrense! el apoyo incondicional y masivo de los pequeños. Lo que plantean los cismáticos es una Primera División, una «Premier», independiente y reducida. «Una competición», argumentan, «mucho más atractiva y eficaz que la actual», gestionada por ellos mismos, sobre todo, en la negociación de los derechos de televisión, la confección del calendario y el horario de los partidos. Como compensación proponen destinar un fondo para los que hayan de salir de la «superliga» y otro más como solidaridad con la rebajada «división de plata».

La pretensión, tal como se plantea, parece contraria a la experiencia y al buen juicio. Se me antoja como una huida hacia adelante en busca de más ingresos -y menos a repartir- olvidando que lo que necesita el fútbol es una reestructuración profunda. Reducir la Primera División parece sensato. Pero resulta imprescindible configurar la Segunda en dos grupos, hacer desaparecer la costosísima y absurda Segunda B y potenciar una tercera autonómica. Y todo bajo el control de terceros, de organismos como la Liga -pero no esta ficción de LFP actual- y la FEF. Porque demostrado está que los clubes son incapaces de gobernarse y sería un sarcasmo -lo es ahora- que los que tienen que controlar a los clubes sean los mismos clubes. ¿O se entendería que la supervisión de las empresas cotizadas estuviera en manos de la patronal y no de la CNMV?

Lo que la sensatez demanda es contención del gasto, reparto más equitativo de los derechos y control y limitación de presupuestos para evitar agravios, desequilibrios y situaciones de ventaja. En definitiva, organismos fortalecidos y aplicación de la legalidad. Como ya he escrito alguna vez, no más parches ni más reformas sin controles y sin exigencias. De momento, unos y otros se han metido en un buen lío. Ellos solitos.