El momento más tierno del fin de semana lo brindó en Montecarlo la familia Massa. Apareció el domingo Rafaella, la esposa del piloto, con el pequeño Felipinho, el niño que nació el año pasado poco después del grave accidente en Hungría. El brasileño sonrió a la puerta del gran castillo rojo que da cobijo a Ferrari en las carreras. Se dejó fotografiar y besó a su mujer. Empezaba a relajarse. Había terminado cuarto. Solucionó la carrera sin contratiempos, con rutina de oficinista, y ganó a su compañero. No estaba mal. Pero otra vez los focos señalaban a Fernando Alonso. Imposible apagar la estrella del recién llegado. De una u otra forma, el asturiano se las arregla para hacer sombra a Felipe Massa. Si gana, porque gana; si no gana, porque siempre acaba dando a sus domingos un barniz de heroísmo. El asturiano vive en el alambre. Sigue enganchado a la pelea por el título, a tres puntos de los líderes, después de salvar otra vida a la desesperada. Dos podios en seis carreras no son cifras de campeón. Pero se agarra a un clavo ardiendo, exprime sus éxitos y sigue ahí. Más vivo que nunca.

Hay que mirar hacia Red Bull para encontrar algo preocupante. Por fin lideran el Mundial (Webber y Vettel tienen 78 puntos) después de seis carreras señalados como los mejores. Y la pista de Turquía, la próxima cita el día 30, parece a medida de su coche.

Son dificultades añadidas que no quitan el sueño a Alonso. «Queremos el Mundial y lucharemos con todas nuestras fuerzas. Ahora son los mejores, las respuestas habrá que darlas en noviembre», dijo en Montecarlo. De allí salió eufórico con su sexta plaza y por haber salvado un momento muy delicado.

A Alonso le ha pasado de todo en sus primeras carreras vestido de rojo: arrasó en Bahrein, pero la alarma se encendió a dos horas de la carrera, cuando le cambiaron el motor en el último momento. En Australia salió mal, patinó sobre una de las líneas blancas primero y en el cuerpo a cuerpo con Button y Schumacher, en la primera curva, le tocaron y acabó mirando para atrás en el medio de la pista. Último. A base de coraje recuperó hasta la cuarta posición. Lo mandaron al final de la parrilla en Malasia por fallar con la previsión de lluvia y fue ese domingo el único en que no puntuó. Se saltó el semáforo en China, le colocaron una sanción y todavía pudo escalar hasta el cuarto. Y se estrelló en los libre de Mónaco con tan mala suerte que arruinó su chasis. Pero llegó la carrera y todavía rascó ocho puntos.

Si un piloto al que le ha pasado todo esto sigue en primera línea de batalla, da miedo pensar qué ocurrirá cuando coja el carril bueno.

Se ha visto tantas veces derrotado este año como las que se ha levantado para enderezar situaciones dramáticas. Se ha convertido en el mejor equilibrista del paddock, con una actitud que le ha hecho ganarse al equipo. «Siempre va al límite y plenamente convencido de lo que hace, no hay forma de frenarle», dice de él Stefano Domenicali, su jefe directo, el responsable deportivo de la escudería.

Ya es respetadísimo entre el cuerpo de mecánicos por su entrega y compañerismo. «Un diez para ellos, montaron un coche desde la nada y además era muy bueno. El equipo ha estado genial, de diez, la estrategia fue todo un acierto», piropos de un piloto que quiere ser campeón a toda costa.

Tan humilde fue que se olvidó de sus cuatro adelantamientos en pista, un mérito enorme en un lugar prohibido como Mónaco. Ahora toca preparar los coches para la vuelta a una pista más o menos convencional. El descanso habrá venido bien para el «conducto F» de Ferrari, que ya estará mucho más evolucionado en Estambul.