El error cometido por Fernando Alonso en los libres del sábado se habría saldado en cualquier otro circuito con un trompo o con una breve incursión a la arena que cubre las escapatorias. En Montecarlo resultó fatal para las aspiraciones del asturiano, quien optaba a pole y victoria. No es la primera vez que a un campeón del mundo le ocurre algo así. El circuito monegasco no hace distinciones. Trata por igual a todos los pilotos que osan acercarse demasiado a sus guardarraíles. En el 2007 Raikkonen dañó el morro y las suspensiones de su Ferrari en las curvas de la piscina; el año pasado fue Hamilton quien hizo algo parecido en la bajada de Mirabeau. Sin embargo, uno y otro cometieron sus respectivos errores de pilotaje (o dejaron de hacer sus deberes, como diría Alonso) en los entrenamientos clasificatorios, jugándose la posición de salida del domingo, crucial en este trazado. El asturiano, por el contrario, lo hizo en los libres del sábado asumiendo, según sus propias palabras, un riesgo innecesario. No sé qué pretendía arriesgando tanto. ¿Presionar a los Red Bull cuando ésta nunca muestra sus cartas en las tandas libres? ¿Reafirmar la notable mejoría de su F10 respecto a Montmeló? Sea lo que fuere, no era momento para los experimentos y ello obligó a afrontar la cuarta remontada del año, la cuarta de seis carreras disputadas. Demasiadas. Ya se sabe: detrás de una remontada siempre hay un paso en falso, un exceso de confianza, un error de cálculo. Llevamos disputado casi un tercio de este Campeonato y me atrevo a decir que lo hecho por Ferrari y Fernando Alonso dista mucho del guión que ambos habían previsto para estas alturas de año.

Al menos se salvaron los muebles el domingo con el sexto puesto final, un puesto alcanzado por obra y gracia de las manos de Alonso, del acierto en cambiar a neumáticos duros justo en el momento en que el coche de seguridad salió por primera vez y del resto de intervenciones de éste que mitigaron el desgaste de unas gomas faltas de agarre al final de la carrera. No sé cuántas vueltas se dieron detrás del coche de seguridad, pero era evidente que sin sus múltiples intervenciones Alonso habría sufrido para ver la bandera a cuadros por culpa de sus neumáticos traseros. No era capaz de seguir el ritmo de Hamilton y además patinaron ostensiblemente en la penúltima curva de la carrera, cuando Schumacher le adelantó de forma irregular.

Pero mientras todo esto ocurría en las posiciones intermedias de carrera, por delante los Red Bull volvieron a demostrar que compiten contra ellos mismos. Vettel lo hace contra Webber, y viceversa. El equipo lucha para depurar esos pequeños fallos que les hicieron perder puntos en las primeras carreras que tenían ganadas. Los monoplazas austriacos debían superar en Mónaco, al igual que los Brawn el año pasado, una prueba de madurez. No ganar en este complicado circuito habría sido interpretado como un síntoma de debilidad, como un paso atrás en sus opciones al título. El mejor equipo ha de serlo en todo tipo de trazados y circunstancias. Salieron reforzados del Principado. No fallaron y ya lideran merecidamente todas las clasificaciones. Se confirmó además un hecho inesperado para Vettel, pero que tiene que ser bien recibido por el aficionado. Me refiero a la segunda victoria consecutiva de Webber, que presenta con todos los honores su candidatura al título y vuelve a tapar la boca a quienes seguimos empeñados en establecer jerarquías dentro de las escuderías. Cuando hay un buen monoplaza y buenos pilotos es la pista la que establece jerarquías y eso es lo que está pasado en Red Bull.