Con el rigor táctico que le caracteriza y un Diego Milito estelar, Mourinho conquistó el Santiago Bernabeu. Al Inter, que había pasado la reválida frente al campeón saliente, le resultó relativamente sencillo buscarle las vueltas al Bayern y ganar su tercer título. El equipo de Van Gaal, que se había cargado al otro finalista de la pasada edición, el Manchester United, fue demasiado tierno. Encontró muy pocas grietas en el muro interista y sus centrales exhibieron la rigidez de sus cinturas cada vez que les encaró Milito. Pura eficacia italiana. Mourinho en estado puro.

Cuando le recuerdan su querencia defensiva, Mourinho saca la tablilla de alineaciones y señala el nombre de sus tres delanteros habituales: Eto'o, Diego Milito y Pandev. Y, para mayor atrevimiento, cita a Sneijder, un enganche de lujo. A la hora de la verdad todos, los citados y los siete restantes, son una unidad de destino en lo futbolístico. Cada jugador interista tiene que ocuparse de una parcela del campo cuando su equipo no tiene el balón, que es casi siempre. Y, eso sí, en cuanto lo recuperan tienen licencia para buscar el área contraria.

A veces ni siquiera necesitan sorprender al contrario con un contragolpe. También vale un saque de portería de Julio César, la prolongación de cabeza de Diego Milito hacia Sneijder y la devolución para que el delantero argentino, tras ganarle la espalda a los centrales, fusile al portero. Así de sencillo, así de triste para el Bayern, que en ese momento (minuto 34) se sentía el dueño de la final.

Tras unos minutos de tanteo, en los que la única preocupación de los finalistas era no equivocarse, el Bayern se animó a tomar las riendas del partido. Sin excesivo riesgo, es verdad, pero al menos dejando a las espaldas una mayor extensión de césped que el Inter. Robben empezó a recordar tiempos no muy viejos, cuando la banda derecha del Bernabeu era como el pasillo de su casa. Y Altintop, por el lado contrario, le buscaba las cosquillas a Maicon. El Inter parecía agobiado. Estaba en su salsa.

Un gol era todo lo que necesitaba el Inter para llevar al límite el libro de estilo de Mourinho: una gran disciplina táctica, con Eto'o y Pandev de nuevo haciendo las coberturas a sus laterales, y los mediocentros (Cambiasso y Zanetti) achicando agua por todos lados. El Inter tenía el partido tan en su terreno que pudo sentenciar antes del descanso, pero el cambio de papeles de Diego Milito y Sneijder no fue fructífero. El holandés remató al «muñeco» tras un pase del argentino mortal de necesidad.

Como hasta los equipos más mecanizados tienen algún lapsus, el Bayern estuvo a punto de empatar nada más volver del vestuario. Los alemanes encontraron por fin una rendija por el centro y Müller, el joven revelación de la Bundesliga, se encontró ante la oportunidad de su vida. La falló. Remató demasiado centrado y Julio César rechazó el balón con las piernas. Quedaba todo el segundo tiempo, pero el Bayern acababa de firmar su sentencia de muerte. Siguió dale que te dale, haciendo bueno el tópico de la cabezonería alemana, pero el Inter ya no le iba a hacer la más mínima concesión.

Llegaron los cambios, el cansancio empezó a pasar factura y el desenlace fue como todo el mundo podía suponer. Con el Bayern roto por el eje, Diego Milito volvió a aparecer en escena. Se rifó a Van Buyten en la esquina derecha del área, amago a la derecha y salida por la izquierda para encontrarse en el cielo de cualquier goleador: con tiempo y espacio para rematar a puerta. El discípulo (Mourinho) se la había armado al maestro (Van Gaal) en un escenario que a partir del 30 de junio puede rendirse al inigualable portugués.