Dicen que para ser ecuánime y objetivo es preciso dejar las emociones aparte y escribir sólo con la cabeza, no con el corazón. Bien, pues, ¿saben qué les digo? Que al carajo con la objetividad y el equilibrio, porque cuando se viven in situ gestas como la que construyó el Llanes el pasado domingo en el estadio Zorrilla de Valladolid lo mejor es quitarse la corbata, ponerse una camiseta verde y comportarse como un forofo, no vaya a ser que pase mucho tiempo antes de vivir otro 23 de mayo de 2010, convertido ya en el día más grande de la historia deportiva del concejo.

Luchando contra un pueblo anestesiado y soportando un poder narcotizado, yendo contra corriente y creyendo en un sueño que parece de locos pero más bien es de genios, un puñado de verdaderos aficionados amantes del fútbol están empeñados en colocar el nombre de Llanes en el mapa futbolístico español, a pesar de la abulia y la desidia de la mayoría, que no entiende la importancia decisiva de un equipo en una categoría superior. Y ojo, que al paso que van a lo mejor lo consiguen y dejan en ridículo a tanto incrédulo como hay alrededor.

Pero ahora es momento de alegría, los reproches son para otro momento o para la historia, que tozuda ella juzgará a estos héroes y a aquellos indolentes y colocará a todos en su sitio. Hoy es un día en que es obligatorio decir que la primera parte que desplegó el equipo en Pucela fue espectacular, tocando el balón como los mejores, buscando pases al hueco siempre a ras de hierba, desmintiendo esa estupidez extendida que asegura que al Llanes le va mejor una caja de cerillas como San José. Falso. El baño que los jugadores y Florín le dieron al filial vallisoletano fue de tal calibre que sólo había que ver la cara desencajada de su entrenador al final del choque, balbuceando excusas ante las afiladas preguntas de la prensa local y negando haber dicho lo que dijo, que el Llanes tenía un equipo muy bueno para jugar en campos como San José y que había elegido jugar en Zorrilla creyendo que iba a ser la tumba de los verdinegros.

Pues no señor, al contrario, si no llega a ser por un infame arbitraje -otro más- que escamoteó dos clamorosos penaltis a Jorgito y Pablo Prieto, nos vamos al descanso con una paliza de escándalo y la eliminatoria solucionada. Pero no iba a ser todo tan sencillo, no. Un gol inexplicable al principio de la segunda mitad hizo aumentar el sufrimiento a medida que se extinguían las fuerzas de los nuestros. Uñas, padrastros, pipas, caramelos, oiga, cualquier cosa apta para mordisquear poblaba las bocas de los casi 300 aficionados llaniscos que se acordaban de lo del año pasado en Alicante y se decían «no, el fútbol no puede ser tan injusto otra vez».

Y no, no lo fue. En cambio, nos obsequió con la mejor manera de ganar, en el descuento, cuando uno ha perdido la esperanza y se mesa los cabellos esperando la catástrofe. Ellos no. Ellos, los héroes, estos tíos que no paran de hacer historia como quien cose, ellos creyeron en el sueño hasta el último minuto. Peláez, medio cojo, puso una falta donde hacen daño. Con la grada congestionada y agarrándonos unos a otros, alguien -creo que Rodri- tocó de cabeza y allí, milagro, solo y en ventaja, entrando con todo, Llerandi llevó al éxtasis colectivo a unos tipos que simplemente, se lo merecían. Llerandi entró con todo, pero todos vimos a Cristian empujándole, y a Herminio con esa camiseta que lleva un mal número llevándole en volandas, y a Toso, a Cundo, al Cubano, a Guillermo, a Pechi, a Canene, a Pita, a Oscar, a las «pingüinas», a Manuel Agustín sin aire para soplar su gaita, a los fieles, metiendo el gol con Llerandi y gritando al cielo azul de Valladolid «¡Gol, gol, gooooool!, con muchas «o»; abrazando al vecino, chocando manos, aplastando caras, algunos hasta rodando por la grada. Todos metieron el gol, y todos lo disfrutaron. Y cuando aquello terminó, algunos, como Juanjo, lloraban. Otros, como Fernando, saltaban al césped a pesar de la regañina de los empleados locales, y el resto bajaban a pie de campo y no paraban de aplaudir hasta romperse las manos, mientras se abrazaban al que tenían al lado, daba igual quién fuera.

El fútbol tiene estas cosas. A veces estás hasta las narices de él, pero otras te lleva a la euforia más extrema. A veces te deja a deber y a veces paga sus deudas. El domingo, en Valladolid, sin que sirva de precedente, el fútbol fue justo y permitió a unos iluminados seguir soñando y a otros el privilegio de presenciarlo. Enhorabuena a todos.