Álvaro Faes

Estambul (Turquía)

Enviado Especial de La Nueva España

Carreras entre los camiones del equipo, una maraña de fotógrafos detrás del piloto y gestos fuera de tono después del accidente que ningún equipo desea ver. A Red Bull, la escudería del buen rollo, de la modernidad, la que rompió no hace tanto muchos tabúes de la F1 y obligó al resto a olvidar la viejas rigideces, le tocó pasar el primer y verdadero mal trago de sus seis temporadas en el Circo, el de ver a sus dos pilotos enredados en una pelea con el peor final. Lo que iba a ser un nuevo doblete, otro golpe sobre la mesa del Mundial y un nuevo avance hacia el sueño del Campeonato, se quedó en nada. Sus dos coches rodando por la cuneta. Uno, el de Vettel, arruinado. El otro, con Mark Webber al volante, resignado a la tercera posición cuando marchaba triunfal a por la victoria.

Le tocó al australiano explicar una y mil veces la situación. «Creo que él entró demasiado rápido». Se mordió la lengua tras ver cómo se le iba un triunfo claro y ni siquiera afeó el gesto de Vettel cuando ya caminaba junto a la pista camino del garaje. El alemán se tocó la sien con el dedo índice y lo hizo girar en círculos. El signo universal de la locura. «Es el calentón del momento». El veterano disculpa al cachorro, demasiado fogoso en busca de la victoria.

Red Bull conoce la cara oscura de los equipos ganadores. Nada de esto les pasaba cuando andaban perdidos en el anonimato del pelotón. No hay líder claro en la escudería de los toros y la pelea llega hasta la pista. Ahora toca lavarse las heridas y evitar que la rivalidad traspase el umbral del asfalto. Dura labor para Christian Horner, el jefe de todos allí, el hombre que no daba crédito en el muro a lo que veía por las pantallas.

¿Y Alonso? Lo vio todo desde la barrera. De lejos, mientras peleaba para intentar cazar unos pocos puntos en el peor fin de semana de Ferrari. No hubo regalo para las 800 carreras de la Scuderia. El F10 encontró en Turquía el mayor escollo del año. Nunca se adaptó a la pista. Ni en los libres ni en la clasificación, tampoco en la carrera. Un calvario para sus pilotos, que llevaron los coches rojos lo más allá que pudieron. Massa llegó al séptimo puesto, imposible progresar más, y Alonso se colocó justo detrás.

El asturiano ganó cuatro plazas: dos en el cambio de neumáticos (Kobayashi y Sutil), la que regaló a todos Vettel con su accidente y la última, a Petrov. Siguió al ruso 41 vueltas, una lástima ver al Ferrari incapaz de batir a un Renault. En otras circunstancias le habría pasado por encima en un santiamén.