Parecía que el empate se estaba cocinando a fuego lento y que ya sólo le faltaba un hervorín, cuando Forlán derramó la olla. Eguren no acertó con un despeje frontal y tuvo la mala fortuna de dejarle el balón a Agüero. El yerno de Maradona inicio un eslalon digno de su suegro y le dejó el balón a Forlán para que remachase completamente solo en el segundo palo. Pim pam, y el Sporting noqueado.

Y la herida pudo ser aún mayor antes del descanso si Forlán no hubiera calibrado mal su cañón. Hay ocasiones en que hasta el pistolero más despiadado muestra cierta clemencia. Pero fue sólo un espejismo. Una especie de aplazamiento de la condena. El Sporting ganó tiempo, pero no salió del corredor de la muerte y acabaría ejecutado.

Y eso que el segundo tiempo trajo un atisbo de esperanza para el sportinguismo. Diego Castro y De las Cuevas entraron en conexión y se inventaron la mejor jugada de los rojiblancos. El interior gallego improvisó un pase profundo, raso y vertical que dejó a De las Cuevas ante la obligación de marcar. De Gea encaró al alicantino y estiró su pierna derecha para rechazar de plano la ilusión asturiana. Ahí se acabó el Sporting.

El Atlético de Madrid, alertado por el susto, se reagrupó y ya no hizo más concesiones. A partir de ahí, la única portería en la que habría acción sería la de Juan Pablo. El leonés retrasó lo que pudo la goleada, que acabó por resultar inevitable. En una de tantas acometidas colchoneras, Ujfalusi se probó el traje de extremo, ganó la línea de fondo y dejó un pase de la muerte que Forlán nunca perdona. Quique decidió empezar entonces con los homenajes, retiró a Forlán y a Jurado y el Calderón se puso en pie. La posibilidad de ser líderes empezó a flotar sobre la rivera del Manzanares y fue Simao quien puso al Atlético en lo más alto de la clasificación. Y al Sporting, en lo más bajo. Noches como ésta devuelven al más pintado a la realidad. La permanencia no se conseguirá sin sufrimiento. Lo demás, son ilusiones.