La piedra filosofal del Sporting de Preciado está en la tercera línea. Los tres hombres que juegan por detrás del ariete son la seña de identidad del equipo, su libro de estilo y el termómetro que mide la temperatura corporal. Aunque Rivera gobierna detrás, al mando de la sala de máquinas, en esa línea de tres se cocinan las tardes rojiblancas más inspiradas y los oscuros momentos de obcecación, a medida que fluye el arte o se desencadena el caos. Con jugadores de notable nivel técnico -y este año con un surtido almacén de recambios-, el Sporting bien puede dejar un donativo de dos puntos en Zaragoza y empequeñecer al Sevilla como en la dichosa película de Walt Disney, en apenas dos semanas. Todo está en función de que los artistas de la tercera línea cultiven la vena egoísta o el espíritu solidario, se desplieguen en orden o se dispersen a su aire para practicar la guerrilla anarquista. En esta segunda opción colabora activamente el delantero centro, que en el Sporting venía siendo desde hace tiempo un tipo demasiado proclive a reservarse el papel de francotirador, un emprendedor autónomo por cuenta propia. Hasta que Gastón Sangoy desempolvó el manual del clásico ariete, tal vez olvidado bajo algún montón de escombros de obra en El Molinón.

Junto al prodigioso espectáculo de ver a De las Cuevas presionando la salida de balón por el lateral, el hallazgo de anteanoche fue la contemplación del argentino enganchado a la tercera línea. Como la primera tarea requerida a un rematador es el remate, el párrafo inicial de su discurso fue un homenaje en toda regla a don Enrique Castro, una especie de preámbulo del proyectado bautismo de la puerta 9 del estadio. Los veteranos ya habíamos visto antes ese cabezazo (tan infrecuente ahora, en plena sequía de cabeceadores) con la firma de El Brujo. Ese mismo salto, esa centésima de suspensión aérea, ese giro de cuello. Parece que estoy viendo uno igual al Castellón, en esa misma portería, y otro al Granada, etcétera, etcétera.

Cuando la tercera línea de Preciado sintoniza en la presión y combina, los laterales van sobrados, los medios mantienen el resuello y al equipo no le faltan argumentos para hacer daño arriba. Mención especial merece, un día más, Diego Castro, que no es Di Stéfano, pero empieza a parecérsele, aunque el primer gol en jugada del gallego en la presente Liga lo firmó con una sofisticada combinación de estilos, a medio camino entre el repertorio de Romario y una coreografía de Nureyev.

Con el Sporting codeándose a taconazos con la aristocracia en los telediarios del lunes, cada día que suma el contrato de Diego Castro sin renovar acumula puntos contra el sentido común. Pueden apostar dinero a que Vega-Arango ya lo habría firmado si tuviera la última palabra al respecto, a menos que el presidente haya perdido por contagio el sentido del gusto y su capacidad de discernimiento. En la planta noble de Mareo sabrán lo que hacen? o tal vez no. En este último caso ya se frotarán las manos ahí fuera, en alguna secretaría técnica.