Ocho de la tarde, noche cerrada en el páramo de Yeongam, la nada alrededor de un circuito terminado sobre la bocina. Los faros de una vieja furgoneta Hyundai alumbran a una docena de operarios que trabajan junto a la entrada al pit lane. Alfombran la cuneta con rollos de hierba. Vienen en un remolque, apilados con cuidado. Uno prepara la tierra, rudo trabajo de azada, y los otros colocan con mimo los tepes verdes. Donde no ha dado tiempo, simplemente han pintado el terruño de verde, a golpe de spray. Soluciones de urgencia para aparecer lo más presentable posible. Lo básico está terminado muy al sur de Corea del Sur. Ya habrá tiempo en el futuro para adornos.

La consigna estos días es evitar las críticas. No pasa nada porque ayer todavía estuviesen colocando tejas en el puente sobre la recta de meta, construido al estilo tradicional coreano. La cuadrilla se afanaba en lo alto ante unas precarias medidas de seguridad: una gran colchoneta hinchable por si las caídas.

Los organizadores de la carrera, un consorcio millonario coreano, piden disculpas por no haber llegado a tiempo. «La pista está perfecta, pero me gustaría que el entorno tuviese mejor aspecto», admiten desde la sala de máquinas del circuito.

No hay tiempo para escuchar reproches, sólo para trabajar a toda marcha, 1.500 operarios ayer en el circuito, además de la ayuda del Ejército del país. Lo mejor ante las prisas es desviar el foco hacia el lado deportivo, con un Mundial que echa chispas.

Obras y prisas aparte, el momento del día se resumió con una foto. Los cinco aspirantes al título -Webber, Alonso, Vettel, Button y Hamilton- posaron juntos y sonrientes, brindando por un final eléctrico.

La idea es vieja, la reedición de una imagen histórica. En 1986 al Campeonato le quedaban tres carreras, como ahora, cuando llegó a Estoril. Prost, Mansell, Piquet y Senna venían en un pañuelo y dejaron una fotografía imborrable en el imaginario colectivo de los viejos aficionados. El gato al agua se lo llevó el francés. A los cinco magníficos de 2010 los sentaron sobre un guardarraíl. Decenas de fotógrafos formaron el pelotón de fusilamiento y plasmaron sonrisas, bromas y golpecitos en la espalda.

Otra vez el mando de Berni Ecclestone manejando los tiempos, poniendo picante a un jueves y desviando las miradas hacia el calor del Mundial. A todos los juntaron además en la sala de prensa, un caramelo para los reporteros internacionales, ciegos o «permisivos» ante la batalla abierta entre los dos jinetes de Red Bull. Cuando desde el frente español se le preguntó a Webber, el australiano sorprendió de malos modos. «Supongo que los españoles queréis que acabe mal con Vettel, ¿no?».

La última vez que un equipo se jugó el título con dos pilotos, la cosa acabó en drama. McLaren dejó escapar el Campeonato de 2007 cuando ya lo saboreaba con Hamilton o, como mal menor, con Alonso. Pero Raikkonen aprovechó la guerra civil y le dio la corona a Ferrari. «Es ridículo hablar ahora de lo que puede pasar», añade Webber, «se trata de correr y hacerlo lo mejor posible».

Con guerra o sin ella, desde la planta noble de la casa alada han salido estos días palabras nada alentadoras para él. «En este momento, Vettel es más rápido que Webber», dijo Dietrich Mateschitz, el gran jefe del imperio Red Bull.

Pase lo pase, será difícil estropearle a Fernando Alonso su año almibarado en Ferrari. Ya tiene voz y muchos votos allí, se siente querido y anhela el título para devolver el cariño. Pero sin obsesiones. «Estoy en la mejor temporada de mi carrera. Esto no ha terminado y veremos qué pasa al final. Pero en términos de felicidad, motivación, pilotaje, el propio equipo, etcétera, es mi mejor año». Y tras reconocer que «en Suzuka corrimos a la defensiva», advierte que «aquí podremos ir más al ataque».

A la cola del grupo vienen los dos McLaren, apurados, con la soga cada vez más apretada y con el mal fario persiguiendo a Hamilton las últimas carreras. «Creo que en esta pista podremos acercarnos un poco a Red Bull y Ferrari. Espero tener algo más de suerte esta vez», clama Hamilton.