Un ejército de revanchistas se habrá levantado ayer pensando que era el día adecuado para declararse en perfecta sintonía con José Mourinho. En efecto, el balance del esperado 29-N confirma que los equipos que se enfrentan al Barça salen al campo derrotados de antemano, bien con los reservas o a contemplar cómo les meten ocho. En el reglamento de la Liga inglesa debe de haber un artículo en vigor que castiga esa clase de entreguismo, etcétera, etcétera. Mi filósofo de cabecera sentenciaría al respecto (mordisqueando su pestilente cigarro de cinco centavos) que todos los equipos se rinden contra el Barça y batallan contra el Madrid? incluido el Madrid.

En un entorno tan proclive a la verborrea mediática, a las portadas de sal gorda y a los artículos de casquería, era de temer que en el recuento de este martes predominaría un abanico de análisis concienzudos acerca de aquel balón que Guardiola le escamoteó a Cristiano ante su banquillo, sobre los centímetros de falanges de una mano que Villa tenía en fuera de juego cuando Messi le asistió en el 3-0, o acerca del modo de saludar al público de los entrañables Gabi, Fofó y Miliki como fuente de inspiración de Gerard Piqué. Puede que algún comando de reporteros de calle se pasara ayer la mañana rastreando Madrid con una lista actualizada de frenopáticos, por si de madrugada hubieran registrado en alguno el ingreso de un tipo con aspecto de ser Sergio Ramos.

Con toda esa morralla audiovisual que ha fagocitado la actualidad balompédica, el sarampión de contenidos a lo «Sálvame Deluxe» tal vez remita algún día. Podremos sentarnos entonces a hablar un poco de fútbol y discutiremos -sin bufandas de colores al cuello, por caridad divina- si alguien había visto antes otro equipo jugando tantos partidos con el grado de virtuosismo que exhibe el Barça actual, prescindiendo de los títulos. Permítanme adelantar una propuesta de debate, luego de confesarles que el sentimiento culé me deja frío como un iceberg desgajado de la Antártida, que Laporta siempre me pareció un «friki» que atravesaba en calzoncillos el escáner del aeropuerto y que al tipo que le despachó la rebeca malva a Guardiola deberían haberlo nombrado jefe de ventas. Con estas matizaciones y otras muchas, háganme el favor de revisar el vídeo del «jorobu» (eso de la «manita» suena más cursi que una entradilla de Anne Igartiburu) y díganme si el Ajax que Rinus Michels cocinó en los albores de los setenta, probablemente el equipo que más impacto haya causado nunca en el entorno del fútbol, aguantaría la comparación con el Barça de hoy. Los veteranos de memoria fresca pueden intentarlo con el Liverpool de Shankly, el United de Busby, el Bayern al mando de Beckenbauer, el Madrid de Di Stéfano o el mismo Barça de Cruyff. Ahora recuerdo a otro Madrid lustroso, el de la Quinta del Buitre (también sobrevalorado por aquellas esplendorosas goleadas domésticas al Elche y al Logroñés, y por aquellos escorpiones voladores de Hugo Sánchez). Le ocurrió a finales de los ochenta lo que a este de Mourinho, cuando preparó unos fastos para la toma de Milán como anticipo de su regreso anunciado al trono de Europa. Allá en San Siro se encontró con otro acontecimiento histórico para el fútbol, el Milán de Sacchi. Van Basten y Gullit hicieron una carnicería y en aquel saco también cayeron cinco.

Puede que Mourinho, reputado estratega al fin y al cabo, ya esté urdiendo una revancha homérica para la vuelta en el Bernabeu o rezando por la madre de todos los desquites en un cruce de Champions. O tal vez Florentino ya tenga hora con el apoderado del banco para financiarse otro sobrecoste (de fichajes) con una nueva ampliación de préstamo. Algo mediático y carísimo debe de quedar libre por ahí. Mientras eso ocurre, y cualquiera que sea el color de tu bufanda, te recomiendo relajarte y disfrutar. Si lo miras desapasionadamente, cuando este Barça de Guardiola juega, cuando Messi se encarna a la vez en Maradona y Overath, cuando Iniesta interpreta a Vivaldi con el balón cosido al pie o cuando Villa le hace la sotana al mejor portero de todos los tiempos, tu televisor de alta definición hace las veces de orgasmatrón de Woody Allen.

Relájate y disfruta, compañero. Apuesta por Xabi Alonso, si acaso, y no te dejes engañar como cualquier empedernido devorador de tabloides por las bicicletas de Cristiano Ronaldo, que son el prodigio de los amistosos, como las de Fernán Gómez eran sólo para el verano. Arrodíllate conmigo, ten la bondad, ante el auténtico «Balón de oro» de estos últimos tiempos, si descontamos el porcentaje de marketing: ese tipo sin glamour ni tatuajes llamado Xavi Hernández. Ese orgasmatrón futbolístico te recordará a primera vista a un primo que tienes haciendo un módulo de Informática, aunque en realidad guarda en una esquina del cerebro la piedra filosofal.

España es una orquesta de virtuosos bajo su batuta, y la selección lo ha ganado todo en los dos últimos años, pero éste es un país surrealista, amigo mío. En las portadas especializadas aparece Mourinho fusilado en la Moncloa.