Decía Platón que el diálogo es la forma de escribir más sugerente, porque dramatiza las áridas ideas filosóficas. Y el diálogo, es decir, la discusión, el debate, era la gran diversión de los atenienses, que pasaban (al menos los atenienses varones y libres) gran parte del día conversando en el ágora. Por eso lo que hace José Ignacio Fernández del Castro en su Foro Filosófico Popular, dramatizar las áridas ideas filosóficas en el aquí y ahora del ágora del Centro Municipal de El Llano (Gijón), es una actividad que encantaría a Platón y a los viejos atenienses. La semana pasada, el Foro Filosófico Popular dedicó una de sus sesiones a la relación entre fútbol y filosofía, pero eso fue antes de que el Sporting entrara en zona de descenso. Lástima. Es posible que del ágora filosófica que Nacho ha levantado con paciencia y sabiduría hubiera salido alguna idea que levantara el ánimo futbolístico de los sportinguistas. Es aquí y ahora, en los momentos duros en los que se respira el aroma del descenso, cuando la filosofía es más necesaria. Más Platón y menos Prozac.

Veamos. ¿Qué tal si utilizamos con el Sporting el mismo argumento que Pascal utilizaba para creer en Dios? ¿Qué es mejor para nuestra vida, se preguntaba Pascal, creer en Dios o no creer? Si decidimos creer en Dios y resulta que efectivamente Dios existe, entonces el premio es la salvación, la vida eterna en el cielo, la felicidad infinita; pero si Dios no existe, entonces no perderíamos nada porque, claro, no existe, no hay un más allá, no hay cielo, ni infierno, ni nada de nada. Ahora bien, si no creemos en Dios y resulta que Dios, en efecto, no existe, ni perdemos ni ganamos nada, puesto que ni siquiera tendríamos la satisfacción de saber que teníamos razón; pero si no creemos en Dios y finalmente sí existe, entonces no sólo se nos quedaría cara de tonto, sino que además perderíamos la salvación y sufriríamos los castigos del infierno. Es decir, que según Pascal es más útil, más inteligente y más conveniente creer en Dios que no creer en Él, porque si creo y existe lo puedo ganar todo, mientras que si no existe no pierdo nada; pero si no creo y no existe no gano nada, mientras que si existe lo puedo perder todo. Sin ánimo de ofender a los creyentes (ni a los sportinguistas), podemos intentar cambiar a Dios por el Sporting de Gijón. A ver qué pasa.

El cálculo de Pascal puede aplicarse al fútbol. Si un sportinguista cree en la salvación de su equipo y resulta que efectivamente el Sporting se salva, será recompensado con la alegría infinita de la permanencia y la vida eterna (al menos, hasta la temporada que viene) en Primera División; pero si el Sporting no se salva, entonces no perdería nada, puesto que el descenso al infierno de Segunda División entristecería el alma tanto de los creyentes como de los no creyentes. Ahora bien, si un sportinguista ha dejado de creer en el Sporting porque está convencido de que ni Bilic, ni Barral, ni Sangoy marcarán jamás un gol ni al Levante ni a nadie, se quedará con la misma cara de tonto que un creyente si, al final, el Sporting desciende a Segunda División, y ni siquiera podrá presumir en los bares de que él ya lo sabía; pero si finalmente el equipo de Preciado logra salvarse, no sólo tendrá que aguantar las críticas de los creyentes por su falta de fe en el Sporting sino que se le impedirá la entrada en el cielo de las celebraciones. No compensa. A un seguidor del Oviedo como mi amigo Joaquín se le puede perdonar su falta de fe en el Sporting, pero un sportinguista no puede perder la fe en su equipo porque, en caso de descenso a Segunda División, sufrirá en el infierno como los demás, pero en caso de permanencia tendrá que sufrir las miradas de desprecio de los que no abandonaron el barco en momentos de duda.

Así que ya saben, sportinguistas: más Pascal y menos Prozac.